Cuando te descubres corriendo a revisar el
celular inmediatamente después de abrir los ojos, sabes que tienes un problema.
Eso fue lo que yo hice cuando me desperté la mañana después de conocer a Daniel
Maguan. Normalmente enchufaba el celular en el baño, para tener que
pararme a juro a apagar la alarma. Empecé a cepillarme los dientes con
decepción.
Son las seis y media. Claro que no te ha escrito
de nuevo. Son las seis y media, Chechi. Es más, de repente ni te escribe. Te
debería dar pena estar así de desesperada. Qué desastre. Eso es lo que
pasa cuando a una no le paran, que viene cualquier idiota a decir que se sabe
tu nombre ¡y ya! Quieres abrirle las piernas. Te debería dar pena que la
posibilidad de que no te escriba te apriete el nudo del estómago. Ese nudo es
nuevo, por cierto.
La verdad es que sí me daba pena. Me daba pena
haber llegado con las hormonas alborotadas y la pantaleta emparamada a mi casa
por un hombre que casi ni me tocó. Me daba pena haberle dicho que le vi el culo
yo primero. Me daba pena sentir que fui demasiado lanzada. Me daba pena haber
sido demasiado cobarse por no haberme ido con él. Me daba pena acordarme de la noche con tantos detalles
por haber perdido horas de sueño reviviéndola en mi cabeza. Me daba pena con
Rafael y con Daniel, me daba pena conmigo. Me daba pena que se sintiera tan
bien en todas partes la novedad de no
pensar.
Llegué al trabajo temprano. Puse el café y
esperé que los demás llegaran stalkeando
gente en Facebook. ¿Gente interesante? No. Pero tenía tanto tiempo trabajando
en la exposición que no recordaba qué hacía antes. Rafael llegó de primero.
—Hola, ¡te odio!
—Y muy buenos días para ti también. ¿Qué pasó?
—¿Tú sabes cuántas mujeres darían un brazo sólo
porque Daniel Maguan se sepa su nombre? Estamos hablando de las mejores nalgas
de Caracas. Me preguntó por ti de la nada
y yo no entendía por qué quería saberse el nombre de la pasante. De una le dije
que nosotros nos encargábamos de llevarle los cuadros a su casa en lo que se
acabara la exposición y ahí mismo me dijo que le parecías bella. Ese tipo es el partidazo de Caracas. Está demasiado
chévere y tiene demasiado real. Además la sonrisa es para derretirse. Es un
tipo inteligentísimo y tiene muy buen gusto. Yo una vez fui por suerte a su
casa y es arrech…
—¿Él te está pagando para que hables así o qué?
—No, Chechi, tú no entiendes. No tiene que
pagarme. Te estoy diciendo que si ese hombre te invita a salir, tú sales. No
hay más nada que hacer. Le muerdes una nalga, le tomas una foto mientras esté
dormido, me la mandas y listo. Vi que te llevó un vino y cuando le pregunté me
contó que estabas cansada y que iban a salir hoy porque le diste el teléfono.
—Bueno, no le di el teléfono. Le di mi tarjeta
cuando subí a cambiarme los zapatos porque pensé que era un cliente normal que
tenía buen lejos y ya. Cuando se voltea ese mango casi me muero. ¡Qué bello es!
Pero no me ha escrito ni nada. No ha aparecido desde ayer.
—Son las ocho de la mañana. Relaxy, taxi que ya
llamará. Un pana así no anda con la pendejada de símiamoryotellamoquebellaeres
y después desaparece. Cuando a los hombres les llueven las mujeres no tienen
por qué ponerse con labias.
—Dios te oiga porque de verdad ando bruta desde
ayer.
—No es para menos, yo no hubiera podido dormir.
¿Tienes pila en el celular, no? Y el cargador porsiá...
—Jajajaja sí.
—Mira, ¿tengo que decírtelo o ya lo sabes?
Finge
demencia, que aquí viene.
—Te estás haciendo la loca porque quieres
escucharlo, pero ok. Estás contratada porque no sé qué haría sin ti. ¡Gracias!
Por los últimos seis meses, por anoche, por llegar puntual hoy a pesar del
cansancio, porque eres demasiado pana, porque haces buen café, por todo.
YEEEEEEEEEEEEEES!
—¡Qué chévere! Lo sospeché, pero igual es muy
fino escucharlo. Voy a preguntar por la parte fea y chimba porque a los 24 una
ya tiene que preocuparse. ¿El aumento de sueldo es…?
—30% más.
—Me parece ge-nial. Ge-nial.
Hay dos clases de minutos. Los minutos normales
y los minutos de esperar. Los minutos normales son, eso, normales. Los minutos
de esperar duran mucho más; por ejemplo: un minuto de microondas, un minuto de
cola en el baño cuando te estás haciendo y un minuto de esperar que un tipo te
llame. Yo ese día estaba contando los minutos de la segunda clase y estaba
desesperada. Había revisado compulsivamente el celular durante todo el día. Lo
había puesto en Vibrar, en Alto, en Altísimo, con audífonos, sin audífonos,
había aplicado el viejo truco de quedármele viendo y pensar “suena principesa,
suena principesa” y nada.
Estuve desesperada hasta las tres de la tarde. Justo
antes de ahorcarme con el cargador de la laptop, el teléfono sonó.
—Hola Chechi, es Daniel, hoy te busco a las
ocho, ok?
—Ok. Yo vivo en Caurimare. Avísame cuando
estés cerca y te explico.
Eso fue todo lo que hizo falta. Me emocioné
porque usara mayúsculas en un mensajito. Quería pegar brinquitos. Quería
besarlo y morderlo y que me besara y que me mordiera. Quería presentarle a mi
papá y a mi mamá. Quería que me halara el pelo y me subiera la falda. Quería
agarrarle la mano en Galipán. Quería que me clavara las uñas en la espalda.
Quería que me hiciera cariñitos en el pelo.
Marica,
¡tienes cañones y no te has depilado en seis meses!
¡Mejor!
Si no estás depilada es mejor, así evitas la tentación de pasar más allá de
darte los besos. Eso es si él quiere besarme, obvio. Porfa porfa porfa Diosito
que quiera besarme… Si a ver vamos, ésta es la primera salida. Mejor. Además,
te acaban de contratar fija no vas a ser tan bandera como para pedir la tarde
sólo porque quieres ir corriendo a depilarte para ver si alguien te quita este
verano, muy bien.
Llegué a las siete a mi casa. Mi roommate no
estaba. Laura trabajaba todo el día en un bufete de abogados y estudiaba
Derecho en la Católica de noche. Era de Barquisimeto y teníamos dos años
viviendo juntas en el apartamento que mis papás habían comprado en Caracas
cuando se casaron. Como buenos margariteños y después de tenerme a mí,
decidieron regresar a Margarita y volver a Caracas sólo cuando fuera
estrictamente necesario. El primer año, mi relación con Laura era cordial. En el
segundo año de convivencia, nos hicimos como hermanas porque a las dos nos
terminaron al mismo tiempo. Su novio de
toda la vida se enamoró de una chama en la universidad. El mío, me terminó
porque me dejó de querer. Así. Sin más. Un guayabo simultáneo une a dos mujeres
como ninguna otra cosa en la vida.
Me bañé rápido, pero me afeité las piernas con
calma. “Mira, te robé crema porque la mía se acabó. Que gracias y que OK. TQ!”
le escribí a Laura mientras caminaba desesperada entre el baño y el clóset. La
mujer que me creía hubiera sabido que ponerse. La chama que era estaba en
crisis. Me puse una minifalda de bluejean, porque me había afeitado las
piernas. Me la quité. “Si no te has depilado Chechi, nadie puede tener acceso
fácil a tus pantaletas, ¡bruta!” me dije en voz alta. No me regañé por hacer
eso porque estaba temporalmente loca. Después de probarme seis camisas y dos bluejeans, me decidí por el segundo y la
primera. Los bluejeans más oscuros y una camisa coral que no sabía de dónde
había salido.
Corrí a buscar mi celular porque sonaba. Le
expliqué a Daniel, como pude, cuál era la dirección mientras me maquillaba. Me encaramé en los mismos tacones de la noche anterior, a ver si me volvían
a traer suerte. Cerré la puerta y la reja con llave. Me vi en el espejo del ascensor. No
estaba mal. No perfecta, pero tampoco mal. Cuando llegué a la puerta de vidrio
ya estaba el carro de Daniel afuera.
Ni
cuando presenté la tesis estaba así de nerviosa, ¡no entiendo! Cierra con
calma. No corras porque te vas a caer y no lo veas. Vidrios ahumados, menos
mal. Despídete del vigilante como las niñas educadas. Haz tiempo. Devuélvete a
tu casa Chechi, devuélvete. No. Camina. Un pie adelante del otro. No tiembles.
Ahora cierra la reja bien. OK. Te jodiste, móntate en el carro que ya no hay
escapatoria.
Soy una egocéntrica regionalista insoportable que da brinquitos porque en la ficción hay una amiga de Barquisimeto.
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