lunes, 22 de octubre de 2012

Capítulo 3


Cuando te descubres corriendo a revisar el celular inmediatamente después de abrir los ojos, sabes que tienes un problema. Eso fue lo que yo hice cuando me desperté la mañana después de conocer a Daniel Maguan. Normalmente enchufaba el celular en el baño, para tener que pararme a juro a apagar la alarma. Empecé a cepillarme los dientes con decepción.

Son las seis y media. Claro que no te ha escrito de nuevo. Son las seis y media, Chechi. Es más, de repente ni te escribe. Te debería dar pena estar así de desesperada. Qué desastre. Eso es lo que pasa cuando a una no le paran, que viene cualquier idiota a decir que se sabe tu nombre ¡y ya! Quieres abrirle las piernas. Te debería dar pena que la posibilidad de que no te escriba te apriete el nudo del estómago. Ese nudo es nuevo, por cierto.

La verdad es que sí me daba pena. Me daba pena haber llegado con las hormonas alborotadas y la pantaleta emparamada a mi casa por un hombre que casi ni me tocó. Me daba pena haberle dicho que le vi el culo yo primero. Me daba pena sentir que fui demasiado lanzada. Me daba pena haber sido demasiado cobarse por no haberme ido con él. Me daba pena acordarme de la noche con tantos detalles por haber perdido horas de sueño reviviéndola en mi cabeza. Me daba pena con Rafael y con Daniel, me daba pena conmigo. Me daba pena que se sintiera tan bien en todas partes la novedad de no pensar. 

Llegué al trabajo temprano. Puse el café y esperé que los demás llegaran stalkeando gente en Facebook. ¿Gente interesante? No. Pero tenía tanto tiempo trabajando en la exposición que no recordaba qué hacía antes. Rafael llegó de primero.

—Hola, ¡te odio!
—Y muy buenos días para ti también. ¿Qué pasó?
—¿Tú sabes cuántas mujeres darían un brazo sólo porque Daniel Maguan se sepa su nombre? Estamos hablando de las mejores nalgas de Caracas. Me preguntó por ti de la nada y yo no entendía por qué quería saberse el nombre de la pasante. De una le dije que nosotros nos encargábamos de llevarle los cuadros a su casa en lo que se acabara la exposición y ahí mismo me dijo que le parecías bella. Ese tipo es el partidazo de Caracas. Está demasiado chévere y tiene demasiado real. Además la sonrisa es para derretirse. Es un tipo inteligentísimo y tiene muy buen gusto. Yo una vez fui por suerte a su casa y es arrech…
—¿Él te está pagando para que hables así o qué?
—No, Chechi, tú no entiendes. No tiene que pagarme. Te estoy diciendo que si ese hombre te invita a salir, tú sales. No hay más nada que hacer. Le muerdes una nalga, le tomas una foto mientras esté dormido, me la mandas y listo. Vi que te llevó un vino y cuando le pregunté me contó que estabas cansada y que iban a salir hoy porque le diste el teléfono.
—Bueno, no le di el teléfono. Le di mi tarjeta cuando subí a cambiarme los zapatos porque pensé que era un cliente normal que tenía buen lejos y ya. Cuando se voltea ese mango casi me muero. ¡Qué bello es! Pero no me ha escrito ni nada. No ha aparecido desde ayer.
—Son las ocho de la mañana. Relaxy, taxi que ya llamará. Un pana así no anda con la pendejada de símiamoryotellamoquebellaeres y después desaparece. Cuando a los hombres les llueven las mujeres no tienen por qué ponerse con labias.
—Dios te oiga porque de verdad ando bruta desde ayer.
—No es para menos, yo no hubiera podido dormir. ¿Tienes pila en el celular, no? Y el cargador porsiá...
—Jajajaja sí.
—Mira, ¿tengo que decírtelo o ya lo sabes?

Finge demencia, que aquí viene.

—Te estás haciendo la loca porque quieres escucharlo, pero ok. Estás contratada porque no sé qué haría sin ti. ¡Gracias! Por los últimos seis meses, por anoche, por llegar puntual hoy a pesar del cansancio, porque eres demasiado pana, porque haces buen café, por todo.

YEEEEEEEEEEEEEES!

­—¡Qué chévere! Lo sospeché, pero igual es muy fino escucharlo. Voy a preguntar por la parte fea y chimba porque a los 24 una ya tiene que preocuparse. ¿El aumento de sueldo es…?
—30% más.
—Me parece ge-nial. Ge-nial. 

Hay dos clases de minutos. Los minutos normales y los minutos de esperar. Los minutos normales son, eso, normales. Los minutos de esperar duran mucho más; por ejemplo: un minuto de microondas, un minuto de cola en el baño cuando te estás haciendo y un minuto de esperar que un tipo te llame. Yo ese día estaba contando los minutos de la segunda clase y estaba desesperada. Había revisado compulsivamente el celular durante todo el día. Lo había puesto en Vibrar, en Alto, en Altísimo, con audífonos, sin audífonos, había aplicado el viejo truco de quedármele viendo y pensar “suena principesa, suena principesa” y nada.

Estuve desesperada hasta las tres de la tarde. Justo antes de ahorcarme con el cargador de la laptop, el teléfono sonó.

—Hola Chechi, es Daniel, hoy te busco a las ocho, ok?
­­—Ok. Yo vivo en Caurimare. Avísame cuando estés cerca y te explico.

Eso fue todo lo que hizo falta. Me emocioné porque usara mayúsculas en un mensajito. Quería pegar brinquitos. Quería besarlo y morderlo y que me besara y que me mordiera. Quería presentarle a mi papá y a mi mamá. Quería que me halara el pelo y me subiera la falda. Quería agarrarle la mano en Galipán. Quería que me clavara las uñas en la espalda. Quería que me hiciera cariñitos en el pelo.

Marica, ¡tienes cañones y no te has depilado en seis meses!
¡Mejor! Si no estás depilada es mejor, así evitas la tentación de pasar más allá de darte los besos. Eso es si él quiere besarme, obvio. Porfa porfa porfa Diosito que quiera besarme… Si a ver vamos, ésta es la primera salida. Mejor. Además, te acaban de contratar fija no vas a ser tan bandera como para pedir la tarde sólo porque quieres ir corriendo a depilarte para ver si alguien te quita este verano, muy bien.

Llegué a las siete a mi casa. Mi roommate no estaba. Laura trabajaba todo el día en un bufete de abogados y estudiaba Derecho en la Católica de noche. Era de Barquisimeto y teníamos dos años viviendo juntas en el apartamento que mis papás habían comprado en Caracas cuando se casaron. Como buenos margariteños y después de tenerme a mí, decidieron regresar a Margarita y volver a Caracas sólo cuando fuera estrictamente necesario. El primer año,  mi relación con Laura era cordial. En el segundo año de convivencia, nos hicimos como hermanas porque a las dos nos terminaron al mismo tiempo.  Su novio de toda la vida se enamoró de una chama en la universidad. El mío, me terminó porque me dejó de querer. Así. Sin más. Un guayabo simultáneo une a dos mujeres como ninguna otra cosa en la vida.

Me bañé rápido, pero me afeité las piernas con calma. “Mira, te robé crema porque la mía se acabó. Que gracias y que OK. TQ!” le escribí a Laura mientras caminaba desesperada entre el baño y el clóset. La mujer que me creía hubiera sabido que ponerse. La chama que era estaba en crisis. Me puse una minifalda de bluejean, porque me había afeitado las piernas. Me la quité. “Si no te has depilado Chechi, nadie puede tener acceso fácil a tus pantaletas, ¡bruta!” me dije en voz alta. No me regañé por hacer eso porque estaba temporalmente loca. Después de probarme seis camisas y dos bluejeans, me decidí por el segundo y la primera. Los bluejeans más oscuros y una camisa coral que no sabía de dónde había salido.

Corrí a buscar mi celular porque sonaba. Le expliqué a Daniel, como pude, cuál era la dirección mientras me maquillaba. Me encaramé en los mismos tacones de la noche anterior, a ver si me volvían a traer suerte. Cerré la puerta y la reja con llave. Me vi en el espejo del ascensor. No estaba mal. No perfecta, pero tampoco mal. Cuando llegué a la puerta de vidrio ya estaba el carro de Daniel afuera.

Ni cuando presenté la tesis estaba así de nerviosa, ¡no entiendo! Cierra con calma. No corras porque te vas a caer y no lo veas. Vidrios ahumados, menos mal. Despídete del vigilante como las niñas educadas. Haz tiempo. Devuélvete a tu casa Chechi, devuélvete. No. Camina. Un pie adelante del otro. No tiembles. Ahora cierra la reja bien. OK. Te jodiste, móntate en el carro que ya no hay escapatoria.

1 comentario:

  1. Soy una egocéntrica regionalista insoportable que da brinquitos porque en la ficción hay una amiga de Barquisimeto.

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