—¡Hola!
—Hola Daniel. ¿Cómo estás?
Me acerqué a darle un beso en el cachete. No
reconocí el perfume pero olía demasiado bien. Tenía el pelo mojado todavía,
como yo. No pude evitar pensar cómo sería bañarme con él. Me obligué a volver
al carro y dejar de imaginarme estupideces.
—Chévere. Estás muy linda Chechi.
—Gracias.
¡Coñooooooooooooooooo!
—¿Qué quieres hacer? ¿Ya comiste?
—No, no he comido. ¿Será que comemos?
—Comamos. ¿Qué te provoca?
—Hm… ¿pizza?
—Pizza, perfecto. ¿Has probado Pizza Caracas?
—Claro, el día después de que lo abrieran
jajajaja. Es bueno.
—Perfecto.
Empezó a manejar y yo me concentré en la
música. Empezó a preguntarme por mi día.
Como no había mucho que contar empezó a preguntarme cosas normales: de dónde me
había graduado, qué estudié, qué edad tenía, con quién vivía. Los clásicos. Yo
respondía y volvía a preguntar: “¿y tú?” No me había relajado lo suficiente
como para extenderme. Cuando llegamos a La Castellana ya sabía que se había
graduado de Administración en la UNIMET,
aunque empezó en Economía; que había hecho su postgrado en Finanzas en
el IESA y que trabajaba con bancos pero no en bancos. No entendí bien, pero
fingí que sí.
Me sorprendió que se bajara a abrirme la puerta
del carro. Sentí un corrientazo cuando me ofreció la mano para ayudarme a
bajar. Me vio a los ojos y lo supo, pero igual traté de disimular viendo al
infinito. Era inaudito lo mal acostumbrada que estaba. Un poquito de romance
disfrazado de caballerosidad y ya se me bajaban las pantaletas y se me desabrochaba
el sostén.
Había gente en el restaurant, pero conseguimos
una mesa cómoda. Lo primero que hizo fue pedir una botella de vino, gracias a
Dios. Revisamos el menú y decidimos compartir un carpaccio y una pizza de jamón
serrano. Me preguntaba cosas todo el tiempo y yo respondía como podía. Su
postura era increíble y se desenvolvía con seguridad. No esperaba que el
mesonero para servirme más vino y nunca derramó una sola gota en el mantel.
Todas las mujeres del
restaurant se reían durísimo esperando que él las viera. Nunca lo hizo.
—Wao, ¡qué chiste tan malo!
—Jajajaja te dije que era pésimo
contando chistes. Lo peor es que es el único que me sé.
—Jajajaja, en tu defensa, sí, me lo
advertiste.
—Cuando se acabe la botella te lo vuelvo
a contar a ver si te da risa.
—Jajajaja. Ése sí fue bueno.
—Chechi, es temprano. ¿Quieres ir a
tomarte otra cosa después de aquí?
—Sí. Pero tiene que ser vino para no
mezclar.
—Muy inteligente para tener solamente
24.
—Muy sabihondo para tener solamente 30.
—Jajajajaja. Ya agarraste confianza.
Era verdad. Ya estaba un poco más tranquila.
Empecé a preguntarle de él y con toda la naturalidad del mundo empezamos a
contarnos cosas de nuestros amigos. Descubrí que, como yo, amaba Margarita
aunque iba poco. Le gustaba leer y le gustaba bailar. Yo leía bastante. Yo no
bailaba muy bien, pero bailaba. Lo hice reír un par de veces y su risa hizo que
las maripositas en mi estómago se alborotaran.
—¿Me puedes servir más, por favor?
Mata
las maripositas con vino, las maripositas no saben nadar.
Cuando terminamos de comer, me paré al
baño revisar que no me hubiera quedado nada entre los dientes. Me metí un
chicle en la boca y sonó mi celular. No era Laura ni era mi mamá.
—Una vez más, aproveché que te fueras
para bucearte ;)
Conté hasta 50 para salir. Cuando llegué
a la mesa, el mesonero estaba ahí con la cuenta. No le dije nada del mensaje. “¿Suka?” me preguntó Daniel.
“Sólo si en Suka hay vino” le dije. “Ay, chama.
¡Vámonos!” me contestó. “Gracias por la cena, la he pasado muy bien, Daniel” lo
vi a los ojos tratando de expresar lo bien que me sentía con él. “Todavía falta, menos mal,” me dijo.
Llegamos a Suka a las diez y media de la
noche. Daniel saludó al portero con un abrazo y me cedió el paso. Algo tenía
este hombre que todo el mundo se volteaba a verlo cuando caminaba. Los grupos
de puras mujeres suspiraban y se pellizcaban entre ellas, me veían, me
evaluaban y las más osadas me retaban con la mirada. No importaba. Esa noche él
estaba conmigo y yo estaba con él, pasara lo que pasara después. “Vino
entonces, ¿no?” me preguntó acercándose a mi oído. Di gracias silenciosas al
cielo por el ruido y respondí que sí. Caminamos hacia la barra y pidió una
botella de… no escuché el nombre del vino.
La conversación siguió donde la dejamos.
Mi fuerza de voluntad, y me gustaría creer que la suya, fueron puestas a prueba
durante las primeras horas en el local. Con el volumen de la música, no nos
quedaba otro remedio que acercarnos. Él se agachaba un poco para escucharme y
me quitaba el pelo de la oreja y de la cara. Benditas sean las excusas. De
repente, deslizó la punta de los dedos por mi antebrazo, como si quisiera
volverme loca a propósito. Quizás ya en ese momento sabía todo lo que
necesitaba besarlo. Llegó hasta mi hombro y agarró mi cartera. Se tardó un
segundo más de lo normal en quitar su mano y le dio la cartera al barman.
Aquí
fue.
Me tomé lo que quedaba de mi copa fondo
blanco y le dije que iba al baño. Agradecí que hubiera cola porque necesitaba
calmarme y pensar. Tenía mi celular en el bolsillo del bluejean, pero no vibró.
Me iba a mojar la cara con agua fría pero opté por lavarme las manos para no
echarme a perder el maquillaje. Me sentía desarmada sin cartera. Cuando
volviera a la barra, no habría barrera física, estaría a su merced.
Caminé hasta donde estábamos. No lo vi.
Apoyé las manos de la barra, no quería ser la estúpida a quien la dejaron sola
porque una mujer más atractiva se acercó a hablar con su acompañante. Mi miedo
fue interrumpido por una mano que me agarraba desde la espalda hasta la
cintura, un pecho que se pegaba a mi espalda y un olor familiar que me obligó a
cerrar los ojos. “Te tardaste mucho y me estaba poniendo nervioso Chechi,” me
dijo. Estaba paralizada. Quería salirme de ese abrazo y a la vez que durara
para siempre. Lo malo del vino, es que te desinhibe. Lo bueno del vino, es que
te desinhibe. Decidí quedarme, hasta que él se separara.
¿Este
hombre me acaba de dar un beso en el cuello?
Antes de terminar mi tren de
pensamiento, me dio otro beso en el cuello y me rodeó la cintura con su brazo
derecho.
Aquí
fue, ahora sí.
Me volteó sin yo saber cómo y me plantó
un beso delicioso en la boca. El mejor beso que había recibido en mi vida. Tocó
mi lengua con la suya, la empujó, jugó un rato y sentí que sonreía. Se me
olvidó mi nombre, mi cédula y mi talla de sostén. Fue discreto pero firme,
corto pero apasionado. Se separó unos centímetros.
No.
¡Más! En cualquier momento te despiertas y tienes que usar el cupo para comprar
un vibrador, Chechi.
—Nos vamos, Chechi.
—OK.
—Espérame aquí, voy a la caja a buscar
tu cartera.
¡Mi
cartera! No tengo mi cartera. Yo me iba a ir sin mi cartera, yo sí seré pendeja
de verdad.
Volvió con mi cartera. Hizo un chiste
sobre el peso y la escoliosis pero yo estaba hipnotizada por el beso todavía. Me
agarró la mano y me guió hasta el pasillo que tendríamos que recorrer para
llegar al estacionamiento. Le solté la mano cuando nos apartamos del gentío. No
sabía cómo era el protocolo. Me vio con seguridad y me agarró por la cintura.
Llegamos en silencio hasta el ascensor. Se paró atrás de mí, abrazándome y
empezó a soplarme el cuello.
“Hueles demasiado bien. Tengo tu olor en
la cabeza desde ayer. Vamos a ir directo al carro y después pagamos, ¿ok?” me
susurró. “Ok,” le contesté. Después de casi dos botellas de vino y un beso así,
no me quedaba si no obedecer. No había lógica ni había opción. Había ganas.
Mala
idea. Mala idea, Chechi. No te dejes coger en un carro. La primera vez que
pague un hotel, mínimo.
Se abrieron las puertas del ascensor.
Como a mí se me había olvidado cómo caminar, él fue dando los pasos desde atrás
de mí y mi cuerpo lo imitó por instinto. Me soltó para marcar el S3 y se puso
de frente a mí. Se cerraron las puertas. Me hizo retroceder hasta que mi
espalda estuvo contra la pared y su cuerpo apoyado de mí. Agarró con sus manos
mis muñecas y las levantó sobre mi cabeza. Con una sola mano las mantuvo donde
quería. Con la otra empezó a tocarme la cara y el cuello. Con su boca besaba el
otro lado de mi cara. Pasaba por mi boca y no se detenía. Me respiraba cerca y
yo me moría. Quería gritar emocionada, salir corriendo y desvestirlo todo al
mismo tiempo. Como no podía hacer nada
de eso trataba de mover mi cara buscando su boca, protegiendo mi cuello de su
mano. Me moría por un beso. Un beso como el de Suka. No lo logré. Se paró el
ascensor y se abrió la puerta. No había nadie esperando.
Mientras caminábamos, nunca me soltó la
mano, nunca dejó de jalarme hacia él. Cuando llegamos al carro me abrió la
puerta como si nada hubiera pasado. Qué facilidad para excitar a una mujer. Era
injusto. Dio la vuelta lentamente para montarse él. No me miraba, estaba
concentrado en caminar hasta la puerta del piloto.
Se sentó, prendió el carro y prendió el
aire. No sé cómo me cargó desde mi puesto hasta encima de él. Finalmente me
dejó besarlo. Rápido, ahora lento. Con lengua, sin lengua. Mi lengua en su
boca, su lengua en la mía. Su manos me buscaban, me tocaban la cintura y la
cadera, me acariciaban el pelo, me recorrían los brazos y la espalda. Logró
meter la mano en mi pantalón y tocarme las nalgas. Nos vimos a los ojos. Lo
dejé porque estaba ocupada con los botones de la camisa. Le besé el cuello y
las orejas. Las hormonas estaban alborotadas y empezábamos a jadear y sudar. Me
mordió el labio y aprovechó cuando se me arqueó la espalda para tratar de meter
más las manos…
—No puedo.
—¡¿Cómo que no puedes?!
—Me estás volviendo loca, pero hoy llego
hasta aquí. La he pasado muy bien contigo pero no puedo más.
Además
no me he depilado y la primera vez ni de vaina va a ser así, pero eso no te lo
voy a decir.
—OK. ¿Segura?
—Sí.
¡No!
Arráncame la camisa y me quedo calladita, coño.
—Entiendo. Entonces vámonos.
—OK…
Me devolví a mi asiento con torpeza pero
sin clavarle los tacones en las piernas ni apoyarlos en la tapicería de cuero.
—Yo soy un hombre paciente, Chechi. Pero
estás consciente de que va a pasar tarde o temprano, ¿no? Te tengo demasiadas
ganas, me pareces bella e inteligente, no sabes cómo me gustas. Ya es viernes y
este fin de semana sería perfecto para portarse mal con hombres buenos.
—A nadie aquí le consta que tú seas
bueno jajajaja
—Por eso vas a salir conmigo mañana.
Para terminar de enterarte, ¿no?
—Salgo a las seis.
I NEED MORE, sí, así, gritao'. Pf, está BRU-TAL.
ResponderEliminarQué "50 sombras..." ni qué nada. Tuve que encender el aire acondicionado y buscarme un abanico.
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