La forma que me atrapaba era como la de cintas que se pega la gente a la camisa en apoyo a la lucha contra el cáncer. La que es como un ocho (8) que se quedó sin material. Un ocho que no pudo cerrarse. Un ocho de recursos agotados e incompletos.
El hilo que me ataba tenía la misma forma. Era un hilo, ni siquiera una cinta. Eso sí, habría que imaginar un hilo fuerte. De nylon, diría yo. Imposible de cortar con la mano y muy lento irlo astillando poco a poco. Sí. El nylon es difícil de cortar. No hay nudos en el nylon. Lo más cercano a un nudo era lo que estaba alrededor de mi cuello. Las puntas eran el principio y el fin de la cinta. Sin nudo ¡ojo! sin ataduras, sin restricciones, sin esperanzas, sin expectativas.
Pero el nylon es finito. Y cuando empezaron a guindar cosas de los extremos, por el peso, me empezó a cortar el cuello. Como en las películas, cuando el filo del cuchillo del malo le saca una rayita de sangre al cuello del bueno.
De un extremo del ocho incompleto halaban la culpa, la vergüenza, la decepción. Del otro estabas tú, halando también. Y yo ahí, atrapada entre dos pesos muertos.
Tuve que estirar la mano y usar la tijera. No importa que el hilo sea más corto, está más holgadito.
1 comentario:
"De un extremo del ocho incompleto halaban la culpa, la vergüenza, la decepción. Del otro estabas tú, halando también. Y yo ahí, atrapada entre dos pesos muertos".
Me morí.
Me siento exactamente así. Préstame la tijera que a la mía le da miedo cortar.
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