No soy una tipa balanceada. Quiero ser balanceada, como la alimentación de Sascha Fitness.
Me rindo muy rápido a veces.
Ya no comparo mi camino con el de las demás. Ya entendí que ascender meteóricamente no significa que vas a permanecer arriba. Ya entendí que ellas son ellas y yo soy yo.
A pesar de lo duro que ha sido, de verdad no lo cambiaría por nada.
Ya no peleo en Twitter ni Facebook. No cazo peleas ni corrijo ortografía como una maldita porque no todo el mundo tuvo acceso a la educación que yo tuve.
Cuando sí lo logre, cuando sea famosa y tenga más dinero del que yo necesite, del que mis hijos, nietos y bisnietos necesiten, mi dinero lo usaré para educar a gente que no tiene con qué educarse.
No tengo las bolas para publicar mi libro porque me da miedo gastar plata imprimiendo cosas que nadie quiera comprar.
Últimamente he tenido días muy buenos y sólo sé enfocarme en los malos porque soy estúpida.
Quiero echar nuestro cuento y no tengo el vocabulario para hacerle justicia.
Quiero ser María Gabriela Chávez cuando el año que viene escriban el guión de la tragedia que fue el chavismo para mi país. O Lina Ron, que era una delincuente.
Le sigo chanceando a Capriles cada vez que puedo por todas las redes.
El que se cansa pierde, cuchis.
En eso no me he rendido, ni me rendiré.
Me da lepra en los ojos cada vez que alguien usa colocar en vez de poner. No son necesariamente sinónimos y no entiendo por qué se puso de moda.
La batalla por el pelo es librada todos los días. Soy consecuente con mi sifrinismo.
Los videos de los escraches a chavistas o bolichicos alimentan mi odio y me ponen de buen humor.
Tengo pesadillas con que me pasan chavistas prominentes cerca y nunca los reconozco. No escrachearlos me quita el sueño, literalmente.
He hecho cosas muy estúpidas en el nombre de conseguir a quien amar.
He esperado suficiente.