Una sola cosa me ha hecho llorar más que el Anticristo. Por si acaso eres nuevo por acá, el Anticristo era el que yo creía que era el amor de mi vida. Nueva York es esa cosa. La única carta de amor que he escrito en mi vida fue una carta que les escribí a los dos y no es por nada, pero era muy cuchi.
Durante mis primeros tres años de universidad, NYC era la meta. O sea, Caracas y la UCAB eran el mientras tanto. NYC era el sueño, el destino, el lugar. Tuve mis estadías largas y cortas, muchas para estudiar actuación y baile, otras para hacer algo con todo lo estudiado. Dos años me sometí a un proceso de selección para una beca que fue emocional y físicamente agotador para mí. Misma beca, misma universidad, dos fracasos consecutivos.
En el segundo intento fallido de la beca, entendí que NYU no era. No me dejé vencer y apliqué para otra escuela, otro proyecto, que si bien no me iban a hacer licenciada me iban a permitir pasar un rato en NYC. Apliqué para el programa largo de BDC y cuando quedé, me lesioné el tobillo. "Qué señales de mierda me estás mandando universo hijo de puta te odiooooooooooooooooo," fue mi grito de guerra por dos semanas.
Sólo Eugenia es comparable con esos fracasos. Sólo el Anticristo y Eugenia son comparables con el dolor. Hay una sola pero importante diferencia. Con el tiempo y la edad (no la madurez) viene una sabiduría loca. Suena mojoneadísimo decirle sabiduría, pero no se me ocurre un sinónimo. Eugenia ya no me duele. Eugenia was let go el 19 de diciembre trotando por una calle de Weston. Ese cuento es muy poético, ya lo echaré otro día.
A mí Nueva York me conecta con la mujer que soy y con la artista que quiero ser.
Hace un año y medio cuando me fui al VAF, entendí que en Venezuela nunca me va a ir como quiero que me vaya porque no es mi lugar en el mundo. Nueva York sí. En Nueva York puedo crecer–metafóricamente–como no he crecido aquí. En Nueva York hay competencia moderfoker, sí, pero digna también. Allá la vaina no es como aquí, que si medio cantas todo el mundo te jala bola. Allá si cantas increíble tienes que competir con tipas increíbles y le dan el papel a la más increíble. La competencia es feroz, sí, pero es justa. Aquí no. Aquí yo actúo, bailo tap y canto en vivo en una obra de Microteatro y las que agotan la taquilla son las que tienen Sexo en el título y tetas en los afiches.
Esos años fueron muy duros. Casi tan duros como el año pasado. Pero entendí que el universo me dio mis tatequietos porque no estaba lista. Las fuerzas cósmicas me dejaron acá porque tenía que aprender mil cosas más para poderme ir. Si me hubiera ido cuando me quise ir, me hubiera tenido que devolver. No estaba lista. No había desarrollado las herramientas necesarias. En ese momento era un metro cincuenta y seis de arrogancia sin fundamento. Cuando me iba, juré que me iba porque era arrechísima. Ahora que me quiero volver a ir, entendí que casi nadie es arrechísimo y que los que lo son no lo dicen, lo demuestran. He recibido suficientes coñazos en la "industria" artística de este país como para saber que no soy ni imprescindible, que no soy la mejor, que no soy la más arrecha, ni la más talentosa, que nunca seré indispensable, que siempre habrá gente que es mejor que una, que el foco tiene que estar en el trabajo, que no importa lo que hagan los otros y que siempre hay que llegar temprano.
Ahora manejo mejor las herramientas de comedia. El stand up y la impro son como dos destornilladores nuevos en mi caja de herramientas que hace diez años no tenía. El talento sin técnica no es nada. Ser ocurrente no es suficiente, en ningún país del mundo. Menos cuando hay 106.345 carajas graduadas de colegios especializados en performing arts. En esa ciudad hay una Lady Gaga en cada esquina y estoy loca por irme a competir contra los grandes.
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