Recorrer el pasillo se
hizo eterno. No había manera de caminar más rápido porque me dolían los pies.
Luchaba contra mí y contra todas estas ganas. Tenía que luchar contra la
tentación de voltear a verlo. Si volteaba, lo iba a ver buceándome. Si no
volteaba iba a ganar la pequeña batalla de la dignidad. Al llegar a la
escalerita de caracol que llevaba a las oficinas de la galería me agarré del
pasamanos como si mi vida dependiera de ello.
"¿Qué hiciste,
Chechi, qué hiciste? Le acabas de decir que le viste el culo. ¿No te da pena?
Bruta. Bruta mil veces, ¿qué vas a hacer ahora? ¿y cómo te sales de esto?”
pensé mientras me cambiaba los zapatos. El aire estaba apagado, pero me
temblaban las manos y las piernas. No sabía cómo hacer eso. Le tenía pavor al
cuero, al tigre, a la pistola y a todo lo que podían hacerme.
Como pude, agarré mi
Blackberry. Contemplé seriamente escribirle a Rafael, fingir demencia o
enfermedad, montarme en la Caribe que me habían regalado mis papás cuando me
gradué y manejar hasta mi casa de Margarita, pero los adultos no hacen eso. Los
adultos culminan sus jornadas laborales, a pesar de las metidas de patas.
Múltiples metidas, múltiples patas. Me acerqué al filtro de la minicocina y me
serví un vaso de agua que me tomé fondo blanco. Otro. Antes de bajar, busqué en
mi bulto el estuche de maquillaje, abrí el polvo y me dije, en voz alta y como
las locas: “a trabajar, que necesitas que te contraten, ya verás cómo te le
escondes”.
Cuando llegué al jardín de
la galería, la cantidad de invitados había disminuido y el estado de ebriedad
de los restantes había aumentado considerablemente. Rafael estaba feliz,
hablaba con un grupo de diez personas y los hacía reír con el mismo cuento que
siembre contaba cuando era el centro de atención. Sospeché que no había soltado
esa copa en toda la noche, pero no había tomado de ella tampoco. Me gustaba
verlo sonreír, el jardín se iluminaba. Le había agarrado cariño y él a mí. De
repente, me vio.
“¿Todo bien?” le dije
moviendo los labios, pero sin emitir sonido. Me respondió sacando su teléfono
del bolsillo y señalándolo.
—Todo bien, ahorita en un
rato busco las propinas de los mesoneros pero eso es todo lo que falta. Tú? Dnd
estabas?
—Cambiándome los zapatos.
—Estoy feliz, todo el
mundo gozó y el Maestro además salió brincando en una pata. Gracias Chechi. Me
preguntaron por ti, pero te cuento mañana bien.
—Eeeem… sí, ya. Tas
hablando de Daniel, no?
—Eeeeel mismo. Daniel, el
que compró los cuadros. Daniel el que todos mis panas quieren que sea gay
porque está demasiado chévere… ESE Daniel.
—Fue él el que compró los
cuadros? Es chavista o narco? O ambas?
—Ninguna de las
anteriores. Te cuento mañana que tengo que seguir este cuento. Espérate una
horita y te puedes ir si quieres.
—No, no, me quedo hasta que
se vaya el último.
—No hace falta, pero como
quieras y deberías tomarte un trago, también. Ya no quedan si no 100 que
vinieron sólo por la curda y por DJ Titina o sea que relajada.
—Gracias, Rafa. Un vino de
pana que me hace falta.
—Ok
Empecé a caminar por la
grama hacia donde estaban el resto de mis compañeros de la galería. Cristina,
Julieta, Mariela y Carlos estaban bailando en la tarima que habíamos puesto al
final del jardín, atrás del arbol gigante de mango. Era mi parte favorita de la
casa donde estaba la galería y que compartíamos con una productora de eventos y
una escuela de música que tenía apenas diez alumnos. Mi primer trabajo como
pasante había sido comprar una mesa y sillas de plástico para sentarnos bajo el
arbol a almorzar. Se veían cansados pero contentos. Cansados no estaban porque
no eran pasantes, pero eso no lo podía decir. Siempre me había parecido raro
que en Caracas bailaran esta música género Caribbean House Beach Shaggy Tempo*,
pero quienes estaban en la pista parecían estar gozando.
De repente lo reconocí. El
tipo alto de la chaqueta marrón que bailaba de espaldas—y cómo olvidar esa
espalda—era Daniel. Mi primer instinto fue correr a bailar con él. Lo que hice
fue cambiar abruptamente mi dirección. Sólo verlo bailar me puso a temblar de
nuevo. El Caribbean House Beach Shaggy Tempo le sentaba bien. Me alivió y me
entristeció a la vez que no me hubiera visto. Mientras esperaba que pasara un
mesonero, me puse a conversar con un grupo de amigos de Rafael que estaban del
lado opuesto a la pista. Vibró mi celular. Yo quería encontrar una alerta, un
mensaje por chat, una llamada perdida de mi mamá. Conseguí un SMS.
—Bailamos ahorita o lo
dejamos para las 12?
Subí la mirada. No estaba
viéndome. Guardé el celular en el bolsillo de la chaquetica estúpida que no me
protegía del frío pero me disimulaba la barriga y le pedí al cielo dos cosas a
la vez: que fuera él y que no me hubiera visto leyendo mientras se me ocurría
algo inteligente que responder.
Mi mente quería quedarse
en la conversación, pero todo el
resto de mi cuerpo quería ir a la pista. Mientras sus ojos marrones no me
vieran a los míos, mientras él no estuviera cerca, mientras mi nariz no
estuviera lo suficientemente cerca para olerlo estaría bien.
La tentación en la pista, yo aquí y todo bien.
Vibró mi celular.
Porfa, porfa, Diosito, que Rafael necesite algo.
—Son casi las once de la
noche y tú no te has tomado nada. Prosecco, tinto o blanco?
—Tinto. Gracias.
Terminé de escribir y
mandar el mensaje. Este hombre me embrutecía, cosa que me encantaba y odiaba a
la vez. Nunca había sido una mujer insegura, pero me había ido de palo con lo
del culo. Me regañé de nuevo por el incidente y subí la cara.
Como en las películas, el
grupo que estaba bailando se abrió un poco. Él, en el medio de la pista, clavó
sus ojos en los míos. Caminó con seguridad hacia adelante, impulsado por el
instinto hacia mí y por intuición hacia el mesonero. Pidió “una de tinto” sin
quitarme la mirada de encima y mientras esperaba que la sirvieran pude pillarme
cómo estaba vestido. Bluejeans
oscuros, camisa blanca de cuello, chaqueta y zapatos marrones. Vestido de flux-jean, el clásico uniforme
caraqueño de rumbear.
Se está acercando a ti. Está caminando hacia acá.
Rápido, piensa algo inteligente. La capital de Finlandia es Helsinki.
¡Nooooooooo! Una excusa para no ir. No puedes ir. Quieres ir, pero no puedes y
lo sabes. No te metas en un paquete de este tamaño Chechi, no te hagas esto. Hoy
no, hoy no, hoy no.
—Tinto, señorita Chechi.
—Gracias—llevé la copa
directo a mi boca. Había descubierto que mientras menos hablara esta noche,
mejor.
—En una hora nos vamos,
¿no?
Ve a ver cómo haces.
—La verdad es que estoy
agotada y mañana tengo que estar aquí a las ocho como si no hubiera pasado nada.
Tengo 36 horas sin dormir bien, tengo sueño, tengo ganas de ponerme la pij…
—OK.
—A ver, es difícil entend…Ya
va, ¿qué?
—Que OK. Quieres que haga
un show y te jale bola para demostrarte que quiero salir contigo. Quieres que me
lo gane tanto como yo quiero quitarte esa chaqueta y subirte esa falda desde que te vi. Hoy, te voy a dar lo que necesitas y no lo que quieres. Yo sé que
quieres salir conmigo pero sé que necesitas descansar. Hoy vas a dormir, pero
mañana vamos a cenar. ¿Estamos?
—Suena justo. ¿Hora?
—¿A qué hora sales?
—A las seis.
—Te busco a las ocho en tu casa. Te llamo mañana para que me des la dirección. Me despido ya para no seguirte poniendo nerviosa y guarda mi teléfono.
—Pf, yo no estoy nerviosa—no estoy nerviosa, estoy cagada y ya lo voy a guardar porque amo cuando me dices qué hacer ¡qué coño es esto vale!—jajajaja, nada que ver jajajaja, hasta mañana.
—Jajajaja ok. Hasta mañana Chechi.
*Caribbean House Beach Tempo es de @laperfecta. Yo le metí el shaggy para no ser tan descarada, pero es de @laperfecta.
*Caribbean House Beach Tempo es de @laperfecta. Yo le metí el shaggy para no ser tan descarada, pero es de @laperfecta.
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