¿Ajá
y ahora qué? No me puedo mover.
–¿Quieres una franela?–me gritó Daniel
desde el vestier.
–Sí, porfa.
No
me puedo ni sentar. Coño coño coño. Vamos, Chechi. Siéntate. Uno. Dos. Tres.
Ouch. ¿Dónde están mis pantaletas? Qué humillante esto. Qué humillante no poder
sentarme para ver dónde quedaron mis pantaletas. Si no puedo ni sentarme cómo voy a hacer para
caminar hasta la cocina. Un, dos, tres, trata de nuevo. Me siento, me siento,
me siento… me duele, me duele, me duele.
“Aquí está. ¡A comer!” me dijo Daniel
sonriendo. Mis ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, se enfocaron sin mi permiso directo en su abdomen. Tenía
todos los abdominales marcados. Podías jugar a la vieja en su barriga. No eran
cuadritos grotescos tipo Físicoculturista Con Aceite de Bebé, eran cuadritos
discretos tipo Estrella de Fútbol en Entrenamiento. Tenía un boxer de cuadros
rojos y negros. Dejó una franela azul marina al lado de mí en la cama y terminó
de ponerse la suya.
Me apoyé sobre mis manos para sentarme.
Vi al cielo y me incorporé. Agarré la camisa que Daniel había dejado al lado de
mí en la cama. Estaba adolorida y asustada. No iba a saber cómo pararme de la
cama, cómo caminar todo el pasillo, ¡cómo bajar las escaleras! Todo eso
disimulando el dolor.
Me puse la franela lo más rápido que pude y
giré las piernas para apoyarlas sobre el piso. “Si lo haces de una vez, de
repente te duele menos,” pensé. Me paré bruscamente. Busqué la pantaleta con la
mirada hasta que la vi en el piso cerca de la esquina opuesta de la cama. Como
pude, caminé hasta ella, me agaché para recogerla y ponérmela. Mis muecas me
delataron. Nunca fui buena mentirosa, nunca había sabido disimular.
–¿Qué pasó?
–Nada.
–¿Qué pasó? ¿Por qué pusiste esa cara?
–Nada, nada. Vamos.
–Chechi, no entiendo ¿qué pasó?¿Por qué
caminas así?
–Por nada…
–Ajá, seré yo bruto. ¿Qué pasa?
–Pasa que tenía demasiado tiempo sin…
bueno, tenía demasiado tiempo sin que nada pasara y estoy un poco adolorida.
Nada grave–le dije, viendo a todos lados del cuarto menos a donde estaba él.
Cuando entendió, Daniel empezó a reírse.
En ese momento, quise hacer dos cosas. La primera, salir del cuarto lanzando la
puerta porque estaba riéndose de mí. La segunda, besarlo. Su risa era un
afrodisíaco sonoro. Ya que no podía hacer la primera por mi limitada movilidad,
hice la segunda. Di un paso para agarrarle la cara y lo besé en los dientes
mientras se reía.
–Jajajaja pobrecita mi Chechi vale,
jajajajaja.
Cuando estaba apartándome, Daniel me
agarró por un brazo y me cargó. “Como es mi culpa, yo llevó a la lisiada hasta
la cocina,” me dijo en el oído. Caminó por el pasillo, bajó las escaleras y me
sentó en un banquito de la cocina como si yo no pesara casi 60 kilos. Nunca me
habían cargado como una princesa hasta ninguna parte. Pasé todo el recorrido
agarrada de su cuello, oliéndolo. Se sentía bien. No, se sentía muy bien.
–¿Te provoca comerte las arepas con
jamón y queso o quieres algo más?
–Jamón y queso está bien.
–Jajajaja, menos mal porque es tarde y
me da flojera.
Mientras se hacían las arepas en el
Tostyarepa, se sentó al lado mío y nos pusimos a hablar de cualquier cosa. Hice
todo lo posible por evitar el contacto visual, pero había algo en sus ojos que
me impedía voltear por mucho tiempo. Sus ojos me hipnotizaban. Su mirada me
paralizaba, la verdad sea dicha. Me hacía sentir pena, miedo y maripositas todo
al mismo tiempo. Como ninguna cocina tiene espejo, concluí que debía parecer
una loca y empecé a jugar con mi pelo para aplacarlo un poco. Estaba nerviosa.
No sabía tener una conversación sobre nada y sobre todo a la vez con el hombre
que acababa de verme desnuda.
–¿Te duele mucho?
–No–le mentí.
–Lo siento…
–Jajaja, bueno no es para tanto tampoco.
–Lo que deberíamos hacer entonces es
practicar más–dijo mientras subía su mano por mi pierna–si practicamos mucho,
te dejará de doler.
–Ajá–cerré los ojos para concentrarme en
el recorrido de su mano. Sobre mi pierna, sobre los huesitos de las caderas,
sobre el ombligo, bajaba de nuevo, volvía a subir, lento, rápido, una sola mano, las dos, un
brazo, un pezón, una costilla. Mientras me tocaba, respiraba en mi oído y me
ericé.
–Tienes la piel suavecita, me vuelve
loco. Sabes las ganas que tengo de cogerte aquí mismo otra vez, ¿no?
Me paralicé. La palabra era muy explícita,
el tono había sido todo menos dulce, yo me moría de la vergüenza y estaba
adolorida, pero todo eso sumado había hecho que yo me excitara de nuevo. La
urgencia de su voz lograba cosas en mí que yo no entendía, pero me gustaba lo
que le pasaba a mi cuerpo cuando él me hablaba así. Empezó a besarme y
recorrerme con la lengua y con las manos. Le quité la franela y me lancé sobre
él. Abrí las piernas para sentarme encima y me mordí la lengua. El movimiento
me había dolido, pero sentir cómo me abrazaba con un brazo y cómo el otro
luchaba por colarse adentro de mi escasa vestimenta compensaban el esfuerzo. Le
clavé las uñas en la espalda y me dejé llevar. Daniel me acostó en el piso de
la cocina y deslizó sus manos desde mis hombros hasta la liga de mi pantaleta.
Su boca estaba a centímetros de mí y mis ojos se fijaban en el techo y en los
suyos. Segundo a segundo, me volvía loca. Finalmente, empezó a quitármela.
PING. Las arepas estaban listas.
No nos importó.
6 comentarios:
Que éxito!!!
1- Daniel te parte a tres mil!
2- Daniel se lucio contigo.
Aplausos! =)
Pues, que me topo con tu historia por casualidad, leo el "Capítulo 8" a ver de que será (por que si son muchos capítulos me da fastidio leerlos) y me gustó tanto, que busqué de que trataba, me fui a la etiqueta, busqué el "Capítulo 1" y empece. Ya los leí todos. Como les dije a mis amigas ni bien termine de leer el primero "Que molleja de buena esta historia, la tienen que leer ya! XD"
Es cómica por el lenguaje, pero esos personajes de verdad me atraparon! Sigue, que termino con estos antes de terminar con el de E.L James.
Nina, por favor, para cuando el 9??? ya no aguanto la angustia!!!
Dioooss!!! Ya estoy esparciendo el virus !! Excelente historia y venezolana...quiero vivir en caurimareee!!! :'( jajajajaja
mi favorito hasta ahora
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