De Cómo un Sofá Puede Volverte Mierda.

Es fácil caer en el foso si estás despechada. Es fácil estar en denial por semanas, creer que ya estás bien y una cosa, una sola cosa, estúpida o no, te devuelve al patético estado en el que pensaste y juraste que ya no ibas a estar más.

La semana pasada fue el sofá de la televisión. No el nuevo, sino el viejo que mi mamá decidió mover de la esquina donde estaba olvidado y ponerlo en plena vista de nuevo. Justo bajando la escalera. En ese sofá nos dimos nuestro primer beso. ¿Te acuerdas? Estábamos viendo Spiderman. Parece hace nada. Pero fue hace casi seis años. Entonces, la semana pasada vi el sofá, sacado de su rincón sólo para burlarse de mí. No pude terminar de bajar las escaleras, tuve que subir a mi cuarto de nuevo. A llorar, como siempre.

Por eso, sólo por ese encuentro con el sofá impertinente, decidí llamarte para que nos sentáramos a hablar. Por la circunstancia bajo la que se acabó todo, quedaron muchas cosas por decir. Me atendiste el teléfono a la segunda llamada. Quedaste en que me ibas a llamar el fin de semana. No esperé tu llamada pegada al celular, cierto, pero era porque confiaba en el hecho de que, independientemente de todo lo que seas, siempre habías tenido palabra.

Pasó viernes, sábado, domingo... el sonido del silencio que aturde y vuelve loca. Lunes (me quiero pegar un tiro), martes (me voy a pegar un tiro), miércoles (o lo llamo o me pego un tiro)... te llamé. Porque en The Way We Were y en Gilmore Girls las respectivas protagonistas llamaban a sus ex en calidad de mejores amigos, porque necesitaban hablar con alguien. Pasa en las películas, pero en la vida no. O por lo menos no en la mía. Te llamé porque necesitaba hablar de por qué exactamente es que ya no estamos juntos. Ayer, se me olvidó que eres un violento. Mala mía.

Te negaste a verme. Te negaste a decirme en la cara todo lo que todavía tenías que decirme. Sí, coño, ayer perdí la dignidad y el orgullo y el respeto al palo de mujer que soy porque te supliqué, te rogué y me arrastré para que quisieras verme. Jamás me lo perdonaré. Pero no conseguí, como siempre había logrado, que hicieras lo que yo quería. Y esta vez te lo pedía desconsoladamente. Yo sólo necesitaba que me escucharas. Para darle clousure a esto. Para poder terminar de arrancarme esta vaina del pecho que, siendo totalmente sincera, me está matando.

Hasta ayer íbamos a llegar. Pero necesitaba tener el break-up oficial que nunca tuvimos. Me dijiste que ya no me amabas. Que el sentimiento había cambiado. Así de cruel eres. En dos meses la gente no deja de amar. La conclusión lógica es que me querías mucho, pero que nunca me amaste. Te pregunté de todas las maneras. Las palabras "te lo suplico y te lo ruego" salieron de mi boca mientras lloraba en el piso del baño. Y no quisiste verme. Porque, como expliqué en otro post, eres un cobarde y siempre te han faltado pantalones. Por eso en nuestra relación siempre los tuve que llevar yo. Escribe sobre roca lo que te voy a decir: te vas a arrepentir de hacer lo que me hiciste ayer por el resto de tu vida. Aunque no te des cuenta ahora.

Yo te amo, es verdad. Te he amado desde que te fuiste de mi vida la primera vez. Hace seis años de eso también. Pero hasta aquí. Lloraré como una magdalena por todos los rincones. Me tomaré todos los bares de Caracas y Nueva York. Me daré los besos con todos los hombres mediocres de Venezuela, EEUU y sus alrededores. Haré y desharé. Entraré en un período de autodestrucción asqueroso por unos meses. Saldré de eso. Pero más nunca te enterarás de que estoy llorando por tu culpa. Porque aunque el sofá me haya vuelto mierda, tú no vas a poder hacerlo más. ¿Entiendes?