Bajé los ojos al piso del ascensor. La voz de Daniel me calentaba el oído y me contaba como un cuento más, sin pudor ni vergüenza alguna, todo lo que habíamos hecho durante la noche del viernes y más temprano en su cocina, en su cuarto, en su baño y después una vez más en su cocina. Daniel me había invitado a quedarme a dormir esa noche también en su casa. Sí quería pero inventé siete excusas diferentes. Cada una peor que la otra, cada una cargada de una mentira más grande. Ninguna de mis excusas hizo efecto, sólo accedió a llevarme a mi casa a buscar ropa y un cepillo de dientes. La verdad era que estaba adolorida. Había pasado más de doce horas en su casa y no podía caminar. Ir a buscar ropa era la excusa perfecta. Es muy chévere cuando un hombre se te lanza encima así. Es una mierda cuando necesitas un recreo y no quieres pedirlo, por miedo a que no se te vuelvan a lanzar encima así.
–Nunca he entendido lo de no usar el mismo cepillo de dientes, ¿sabes? A ver, tu saliva y mi saliva tienen como 36 horas mezclándose sin problema,entre otros fluidos...
–¡Daniel!–le metí un golpecito en el brazo.
–¿Perdón?– con un sólo movimiento, me volteó y me dio una nalgada. No entendí cómo lo hizo. Me puse roja. Después del shock inicial de la primera vez, era vergonzoso cuánto me había empezado a gustar.
Daniel se mantuvo en su esquina del ascensor durante el resto del trayecto hasta mi piso. Caminó por el pasillo alejado hasta que llegamos a la reja y mientras buscaba la llave en mi cartera, se paró a milímetros de mi espalda y empezó a respirarme en la nuca. A propósito. Agachándose sin rozarme. Me ericé y se me olvidó como pensar y como mover la mano. Se me olvidó qué era una llave y por qué la necesitaba.
–Deja, en serio–le pedí.
No me dejes nada, respírame encima todo lo que quieras.
Conseguí la llave. Metí la llave en la reja y me volteé para hacer el intento estúpido de regañarlo. Metí la llave en la puerta y escuché un grito.
–¡Aaaaaaaaaaahhhh! Finalmente maricaaaaaaa, ¿qué tal tiraaaaa? Cuent...Coño.
En la mitad de la sala de mi casa estaba Laura en pijama, su laptop abierta sobre el sofá y la televisión prendida, pero en mute. Atrás de mí, Daniel se doblaba de la risa. Yo entre los dos, con ganas de morirme.
La carcajada de Vanessa, mi mejor amiga de la infancia que todavía vivía en Margarita, se escuchó en estéreo por toda la sala y alivió un poco la tensión del ambiente. Laura empezó a reírse nerviosa y volteó a la computadora.
"Bueno, Vane y yo estábamos skypeando porque ella te escribió pero tú no has revisado tu celular desde ayer en la noche y me preguntó por Facebook chat que si yo sabía donde estabas tú y entonces yo le dije que me llamara por Skype que el cuento era mejor por ahí, o sea, que le contaba por ahí, pues," Laura dijo sin poder quitar los ojos de encima a Daniel. No se atrevió a verme a mí mientras le caía a batazos y enterraba lo que quedaba de mi dignidad.
Pasé los siguientes sesenta segundos en shock viendo cómo se relacionaban por primera vez las dos personas más cercanas a mí con el hombre que me encantaba besar. Daniel dejó de reírse, se acercó a Laura y le dio la mano. "Yo soy Daniel, un placer, ¿cómo estás?" Era injusto ver cómo mi pobre roommate se desarmaba y cómo le cambiaba la mirada al ver a un hombre así. Cuando ella se dio cuenta de la cara de bolsa que había puesto, yo me sentí vengada por el papelón que me había hecho pasar. "Yo soy Laura y ella es Vanessa, un placer," le dijo Laura tratando de disimular.
–Yo voy a buscar la ropa y eso, ya vengo.
–¿Qué ropa?
–Daniel me invitó a pasar el resto del fin de semana en su casa, vine a buscar ropa.
–Aaaaahhh ok. ¿Cómo la pasaron ayer? ¿Algo fino que contarnos?
Le lancé mi mejor mirada de marica, te mato.
–Chévere, fue un buen plan–respondí mirando al infinito–¿Daniel me acompañas?
–No vale, yo mejor te espero aquí. Hablo con Vanessa mientras tú le cuentas a Laura para que ella pueda contarle a Vanessa todo después.
–Bueno, tampoco pues–traté de indignarme pero me dio mucha risa.
–Jajajaja, oye Daniel, eres mucho más inteligente de lo que me dijeron que eras chico, jajajajaja–Laura me agarró los hombros y casi me empujó hasta mi cuarto.
–Jajajaja, marica, no puedo con él. Exijo que me cuentes mientras haces tu maletica, chica, me encanta este plan, qué fino. Está mucho más bueno de lo que me imaginé, por cierto.
–Chaaaaamaaaaaa, no sabes. Ayer fue genial. La pasamos increíble. No sé si es que tenía demasiado tiempo sin, bueno, tú sabes...
–Tirar
–Ajá, o qué, pero fue increíble. Es un duro, sabe perfectamente lo que hace. Nunca tuve que pedirle que se pusiera un condón, se lo ponía y ya, full de película, que lo hicimos por toda la casa y el pana siempre tenía uno cerca. Obvio, eso me da mala espina porque significa que lo hace todo el tiempo.
–Eeeeequis, todo el mundo lo hace todo el tiempo y él lo hace bien. O sea, se cuida, ¡muy bien! Aplausos. ¿Cómo es lo del pijama party?
–Bueno, me convenció de que pasara el resto del fin en su casa. Al principio le di varias excusas chimbas, me daba como pajita, pero ya qué demonios. O sea, ya estoy metida en este paquete, mejor lo disfruto mientras dure y ya, ¿no?
–Me encanta. Estás caminando como la A, jajajajaja, que risa, jajajajaja.
–Ok, ¿por qué crees que me vine a buscar ropa? Necesitaba un descansito chama, ha sido maratónico.
–Eres mi amiga pero te odio burda, pues.
–Jajajaja. Ok, ya, todo lo demás te lo cuento mañana cuando venga. Porfa porfa ve y acompáñalo, ofrécele agua o algo.
–Claro, debe ser que Vanessa es boba y colgó la conversación de Skype...
–¡Ve, andaaa!
–Voy
Caminé como la A por todo mi cuarto y todo mi baño. Hice un kit de shampoo, acondicionador, crema de peinar, plancha de pelo, desmaquillante, desodorante, cepillo y pasta de dientes. Saqué la pasta y la plancha de pelo porque no cabían en el estuche. Metí las gotas de silicón para el frizz, que era la segunda mejor opción. Estaba nerviosa. Caminaba del baño al cuarto y del cuarto al baño sin hacer nada concreto. Vi un pote de talco, lo descarté, entré al cuarto, abrí el closet, no escogí nada, me devolví al baño. Agarré el kit, caminé al cuarto y lo dejé sobre la cama.
¿Dónde meto esto? ¿En una cartera de playa? ¿En un bulto? Tengo un carry on por ahí. Coño, Chechi, linda, por Dios. Una vaina cruzada cool. Cool es lo que necesitas. ¿Qué es cool? Este color es cool, la cartera que usaba para los libros de la universidad. Ajá. Ahora, ¿qué va adentro de esto? Unos shorts tipo de domingo por si acaso, el cargador del celular, por Cristo, ¿dos camisas? O tres mejor porque...
Sonó mi celular. Cuando revisé el mensaje, puse la sonrisa de pajúa que todos los seres humanos ponen cuando revisan su celular y es la persona que les gusta y con quien están empezando a salir.
– Ni se te ocurra meter pijama Cecilia
–Por qué?
–Es una de las reglas: cuando duermes en mi cama, duermes desnuda.
Coño de la madre, que pena esto.
–Y si no quiero?
–No dormimos y estás desnuda igual. Q prefieres?
–No me distraigas que estoy haciendo mi maleta, vale, dame 5
–K
¿Por qué me daban miedo las fulanas reglas? Por ahora no era nada fuera de lo normal. Me daba pena que me viera desnuda, claro, pero en primer lugar, no era una regla descabellada que no se pudiera usar pijama y en segundo, la pena iba a ir pasando. No era tan grave, de verdad.
"Mujer precavida vale por dos, carrizo," dije en voz alta cuando vi el tamaño de mi bulto. Terminé metiendo un suéter, cuatro camisas, dos de noche, una de día y una que podía ser para cualquiera de los dos, una falda como de salir y unos tacones, más unos shorts y zapatos planos para el domingo y el kit. No sabía qué iba a querer hacer Daniel. Si él quería hacer algún plan, ni mi maletica ni yo íbamos a ser un impedimento.
Sonó la puerta, seguida de la pregunta de siempre en la voz más dulce del mundo.
Tengo dos rondas de indecisión regadas por todo el piso del cuarto y la cama y no me he cambiado yo, coño coño coño. Si te pones a esconder la ropa y los zapatos vas a sudar. Asúmete con dignidad.
–Sí claro, pasa.
–¡Suspenso! ¿Qué me voy a conseguir aquí, vale?–Daniel me echó broma mientras abría la puerta–hm, mucho más desordenada de lo que pensé, Cecilia.
Si él supiera el sustico que me da cuando dice mi nombre, no diría más nada que eso.
–Ya va, mentira. Jajajaja, no eres desordenada, es que no sabías qué ponerte para verme a mí.
–Ppppff, tú definitivamente eres demasiado arrogante.
Sostén la mirada y no te dejes joder.
–Me parece increíble, me parece bello que no hayas sabido qué ponerte. Ven acá–me agarró por un brazo y me haló hacia él. Fue firme, pero no mandón. Me olió el pelo–yo también me cambié varias veces antes de salir a buscarte ayer, Cecilia. La única diferencia es que a mí me dio tiempo de recoger.
No sabía cómo demostrarle agradecimiento por delatarse así. Le di un piquito sin mirarlo a los ojos. No insistió más y me dejó soltarme. Caminé hacia mi closet. Me di cuenta de algo. No había metido nada parecido a un sostén y/o una pantaleta en mi maletica.
Coño.
Agarré la primera camisa de una torrecita y empecé a caminar al baño.
–¿A dónde vas tú?
–A cambiarme la camisa
–¿Y por qué no te la cambias en frente de mí? ¿Te da pena?
– ¡No!
Claro.
–Ven acá.
Daniel Maguán me quitó la camisa que tenía puesta y sin dejar de verme a los ojos, me puso la que tenía en la mano. Me besó primero el cuello y con una calma casi dolorosa empezó a subir hacia mi boca. Cuando finalmente llegó, le devolví el beso con desesperación. "Me encanta ponerte así, Cecilia". No hice ningún esfuerzo por defenderme, seguí besándolo hasta que me agarró las nalgas, me cargó y me pegó contra la pared. "Nos van a escuchar y van a burlarse para siempre," le dije. "Qué me importa, tú eres la que la tiene que ver todos los días," respondió. Me dio tanta risa su comentario que me doblé hacia adelante y no pudo seguir sujetándome contra la pared. Me devolvió al piso y empezó a reírse conmigo.
–¿Nos vamos?
–Ya va, me faltan unas cosas.
–¿Más? ¿Estás segura de que te caben en la maleta?–se burló.
–¡Ja! Graciosito–abrí la primera gaveta esperando que él no viera lo que estaba agarrando. Como Murphy no perdona, todas las pantaletas y todos los sostenes que estaban a simple vista eran los más feos, los de abuelita, los viejos de colores aburridos. Por tacto, conseguí el strapless negro que estaba buscando y lo metí rápidamente en el bulto. No tenía destreza de mago ni mi movimiento hizo que el sostén fuera invisible, Daniel prácticamente saltó hacia mí.
–Epa, yo puedo escoger eso.
–No gracias, estoy bien.
–Bueno, el sostén que escogiste me gusta. Vamos a ver si la pegas con las pantaletas también.
¡Me voy a morir de la pena! ¡Me voy a morir!
–¿Qué estás esperando?
–Hm hm. Fino. Ya voy–estaba temblando. Metí la mano en la gaveta, conseguí la pantaleta negra que estaba buscando. La saqué, la desdoblé y se la mostré.
–Me encanta.
Busqué otra pantaleta igualita, de algodón, pero roja.
–Perfecto. Me muero por quitártelas.
Traté de poner mi mejor mirada sexy. Metí todo lo que me faltaba en la maleta y la cerré. Metí la cartera de sobre que tenía adentro de mi cartera grande de día, como si eso fuera normal. Me ponía nerviosa la mirada de Daniel y no quería seguir sola con él en mi cuarto. Él estaba excitado, lo sabía por como respiraba y yo estaba sudando. Una vez más metí la mano en la gaveta y agarré la primera de encajes que sentí, la apreté en el puño y sin mostrársela, me fui al baño a cambiarme. Salí con el mismo blue jean, porque primero me moría antes de salir en pantaletas a buscar otro en mi clóset. Cuando salí, Daniel estaba apoyado del marco de la puerta del cuarto con mi bulto en el hombro.
–¿Nos vamos?
–Nos vamos.