domingo, 28 de octubre de 2012

Capítulo 6

Me gustaría poder decir que fui encantadora y simpática en el camino a casa de Daniel. No fue el caso. La verdad es que después de que me dijo que había estado imaginándose todo el día las cosas que quería hacerme, no hablé mucho. Un poco antes de llegar a su edificio en La Castellana,  él también se quedó callado y dejó la mano quieta. En mi pierna, pero quieta.

Entrar al sótano me recordó a la noche anterior, en el estacionamiento del San Ignacio. Apagó el carro. Volteó a verme y me sorprendió con un beso en la frente. Sacó su iPod de la guantera y me dio otro en el cuello. “No te bajes, yo te abro la puerta,” me dijo en el oído. “Estoy jodida,” pensé. Cuando me abrió la puerta traté de hacer como las actrices de Hollywood cuando se bajan de las limosinas. Creo que se dio cuenta de que estaba tratando desesperadamente de ser elegante y cool porque se sonrío un poquito, pero no me dijo nada. No me soltó la mano hasta que llegamos al ascensor.

Sacó su llave y marcó el PH. “Me encanta tenerte así, atrapada,” me dijo cuando se cerraron las puertas. “Para algo están las alarmas” contesté, estirando la mano hacia el botón. Se rio y me agarró la mano, llevándola a rodearlo por la cintura. Me daba miedo cuando me veía así. Me excitaba que me diera miedo cuando me veía así. Me besó. Sabía a menta y yo no me acordaba si me había cepillado los dientes antes de salir. Traté de subir las manos para acariciarle el pelo, pero no me dejó. Me presionó más duro contra la pared del ascensor. Empezó a jugar el juego que detestaba, separando la cara de mí. Decidí no jugar. Me obligué a no buscarlo ni besarlo, contra todo lo que mi cuerpo quería y necesitaba. “Hacerte la dura en un espacio tan chiquito no es una buena idea, Cecilia,” me regañó mirándome a los ojos. “Yo no me estoy haciendo la dura, tú sí. Fuiste tú el que se echó para atrás ahorita. No beso a nadie que no quiera besarme a mí, Daniel,” le dije. Le quité la mirada. No podía más. Me moría por quitarle la camisa y por besarlo hasta que no pudiera respirar. Me derretía como sonaba mi nombre completo en su boca. Su voz era un afrodisíaco muy poderoso y yo no tenía el antídoto. Cecilia nunca había sonado tan sexy antes. Chechi me sonaba a pendeja. Cecilia sonaba a la mujer que sería capaz de hacer lo que quería, que en este caso era llevarlo directo al cuarto. El problema era que no sabía donde quedaba el cuarto y que no me sentía como Cecilia, sino como Chechi.

El apartamento tenía una vista increíble de Caracas. Viendo la ciudad de lejos y de noche, era imposible extrañar Margarita. Daniel prendió las luces. La sala, el comedor y la cocina constituían un solo ambiente.

­—Quieres algo de tom…
—Vino, por favor.
—Jajajaja, tinto o blanco?
—De qué te ríes?
—De que estás tan nerviosa que no me dejaste terminar de ofrecerte nada.
—OK, creo que te estás imaginando cosas, Daniel. Tinto, por favor—finge demencia, a toda costa, Chechi. ¡Vamos que sí puedes!
—Yo sé que no me lo imaginé, pero OK. Siéntate donde quieras—empecé a caminar para hacerle creer que era una mujer segura y confiada, pero no sabía a donde estaba yendo­—y mira, Chechi­—me volteé—no estés nerviosa. Hoy voy a hacer que la pases muy bien.  

Mi tercera copa de vino estaba casi por la mitad. Los quesos que Daniel había puesto en el bar estaban intactos. Yo no tenía hambre y él estaba muy ocupado jugando a que yo cayera primero. Daniel sabía perfecto como entretenerme, como seducirme, como mirarme y como tocarme suficiente para que yo me excitara pero no para que le saltara encima. Me había servido más vino en dos ocasiones sin que yo lo pidiera. Se paraba detrás de mí, se inclinaba encima de mi hombro a milímetros de mi piel, me respiraba en el cuello y llenaba la copa. Después, se reacomodaba en su silla. Pasamos casi dos horas hablando. El vino, la conversación y la luz de la luna sobre nosotros me habían relajado, pero no iba a caer. Si él quería acostarse conmigo, tendría que iniciarlo. En primer lugar, porque quería que quedara algo de mi integridad y en segundo, porque aunque me muriera por hacerlo con él, yo no sabía cómo empezar.

—Qué bella te ves cuando te ríes.
—Gracias
—No bajes la cabeza. Es en serio. Te ves más bella de lo que eres normal.
—Gracias.
—Ven acá, vale.

Como si tuviera algo en mi contra, el shuffle del iPod decidió que era un buen momento para que sonara Control de Viniloversus. Daniel se paró de su silla y con las dos manos me agarró el cuello. Nos besamos con las ganas que habían ido creciendo durante la noche y ya no podíamos esconder más. Sin dejar de besarme, bajó su mano y con un dedo me acarició la clavícula. Luego el esternón, por encima de la camisa. Bajó sus dos manos a mi cintura y me paró de la silla.

Una vez fue más que suficiente.

Me quitó la camisa y me desabrochó el sostén sin dificultad. Moví los brazos buscando taparme y no me dejó. Me sostuvo firme y empezó a besarme los senos. Se me doblaron las rodillas.

Ya lo dije pero tú no entiendes.

Cerré los ojos y decidí no pensar. No me iba a sabotear lo que estaba pasando. Sus manos y su lengua jugaban con mi pecho. Estuve a punto de gritarle que no cuando quitó una para desabrocharse el primer botón de la camisa.

Yo te veo y tú no te defiendes.

Buscó mi boca de nuevo y empezó a caminar, obligándome a ir de espaldas a donde me estaba llevando. Bajé mis manos a su camisa y empecé a ayudarlo con los botones. Todo pasaba rápido y al mismo tiempo.

Y entonces el cuchillo que te estoy clavando
Me voltéo y pegó su pelvis contra mis nalgas. Me acarició y me sopló la espalda. Seguí caminando como pude. Lo sentí desabrocharse el cinturón y me rodeó con sus brazos para desabrocharme el botón del bluejean.

Comienzo a pensar que lo estás disfrutando.

Mientras bajábamos la escalera estuve cerca de caerme varias veces. La primera vez cuando metió la mano adentro del bluejean y se puso a jugar con el encaje de mi pantaleta. La segunda, cuando empezó a mover su dedo al ritmo de la guitarra de la canción.

Me haces perder control, me haces perder control.

Se puso de frente a mí y me besó. Su lengua jugaba con la mía. Me haló el pelo y ni siquiera me pidió perdón. Me dolió pero estaba concentrada en seguir las instrucciones que me mandaba con el pecho sobre hacia donde tenía que caminar.

Me haces perder control, me haces perder control, oh oh oh.

Abrió la puerta del cuarto, me abrazó duro por la cintura y me dejó caer en la cama. Dejó de besarme para quitarse el bluejean. Yo me quité los tacones y los vio casi triste caer al piso. Entendí que le gustaron y me propuse recordarlo para una próxima ocasión, si había. Con una mano me acarició un pezón y me besó el otro brevemente. Yo empecé a quitarme el bluejean y de repente sus dos manos estaban ahí para ayudarme. Aprovechó el movimiento para quitarme la pantaleta. Se paró y me vio por un momento. Aproveché para echar una miradita rápida y discreta yo también.

Esta es la parte en la que te mueres de la pena, pero no hay tanta luz o sea que relájate y coopera Chechi. OK, eso no me va a caber. ¿Marico, es en serioooo?


Lo tenía mucho más grande que cualquier otro que hubiera visto. Cerré los ojos y las piernas por instinto. Me agarró las dos rodillas y las separó. Me acarició los muslos y me mordió duro.

“Ah,” dije. “Te mordí duro a propósito Chechi. Pero déjame compensarte, ok?” le escuché. Su dedo empezó a subir de mi rodilla lentamente una y otra vez. Estaba asustada y excitada y desesperada porque me lo metiera de una vez.  De repente, sentí su lengua en mi clítoris.

Coñoooooooo... Menos mal que me depilé.  Qué bueno es en esto.

Me lamió, me besó. Paró. Empezó de nuevo. Jugó conmigo. Casi pude escucharlo sonreír cuando vió el efecto que su boca tenía en mí. Lento, después rápido. No tenía que preguntar si me gustaba. Él lo sabía y se estaba aprovechando de eso. Abrí los ojos para verlo. Él estaba viendo y midiendo mis reacciones. Conseguirme con sus ojos me dio pena y los volví a cerrar. Mis dedos apretaron la sábana porque las almohadas estaban muy lejos.

De repente paró.

Noooo, ¿qué hace?

 Se acercó a una de las mesas de noche y abrió la primera gaveta. Sacó un condón y se lo puso en tiempo record. Yo aproveché para acomodarme en la cama y poner cara de que no estaba nerviosa. Puso una rodilla encima de la cama y luego la otra. Fue acercándose a mí poco a poco y puso un codo a cada lado de mi cabeza. Finalmente, sentí su peso encima de mí y lo abracé. Me besó el cuello y me vio a los ojos.

¡¿Qué?!

Empezó a meterlo suavemente.

—¡Ouch!
—¿Te duele?
—Sí, dale más lento porfa.
—OK, mi Chechi.

Que dijera “mi Chechi” fue como un analgésico. Me sentía suya y lo sentía mío. Me relajé y me concentré en su boca. Me estaba besando y yo no quería que parara nunca. Abrí las piernas y lo rodeé. Era incómodo pero ya no me dolía tanto. Daniel avanzaba con toda la paciencia del mundo. Dejé de besarlo porque quería verle la cara. Un poema. Estaba disfrutándolo demasiado. “Que sabroso,” me dijo en el oído. “Dame un segundo, no te muevas,” dije como pude. Tenía que decidir si me gustaba más de lo que me dolía o vicecersa. Mientras me acostumbraba, permaneció quieto. Me besaba la frente y me acariciaba el pelo. Yo tenía ocho meses sin tener relaciones con nadie y se notaba. Empezó a moverse lentamente adentro de mí. Yo me agarraba de él y poco a poco empecé a disfrutarlo. Me mordí los labios para no hacer ruido.

—No te muerdas los labios, Cecilia. En esta cama está prohibido no demostrar gritando cuando algo te gusta, ¿quedó claro?
—OK.

Era imposible no obedecerlo cuando me hablaba así. Empecé a respirar más duro y a no reprimir los gemidos. Sentí cuánto le gustaba, empezó a moverse más y más rápido. Me agarró las manos y las puso por encima de mi cabeza. No me dejó moverlas, ninguna de las veces que traté. Quería seguir tocándole el pelo y clavándole las uñas en la espalda. O no le gustaba o le gustaba hacerme sufrir. El control era todo suyo. “Si sigues moviéndote así, voy a acabar,” le dije. “Acaba, te quiero oír,” me respondió. Mi cuerpo enteró se tensó en un orgasmo poderosísimo. Así no me hubiera prohibido estar callada, no hubiera podido frenar el grito que pegué. “Que divino, Cecilia, así es,” me felicitó.

—Wao…
—Dices “wao” como si esto se hubiera acabado. Voltéate.
—¿Ah?

Me lo sacó con cuidado. Me volteó sobre la cama. Me apoyé sobre mis manos y empezamos de nuevo. Me halaba el pelo, me tocaba la espalda. Se apoyaba de mí y con una mano me acariciaba los senos y la clavícula. Nunca nadie me había hecho sentir eso. Empecé a gemir sin pena mientras me hablaba al oído. Me dijo que le encantaba hacérmelo, que era demasiado rico tenerme así. Mis piernas se abrían, más. Solas. No tenía fuerza ni control ni poder. Todo lo tenía él. Quería decirle todo lo que causaba en mí y en vez de eso, sólo podía gemir. Me agarraba y me acariciaba las nalgas más duro cada vez. Me besó la espalda y me ericé.

¿Él me acaba de dar una nalgada?

Busqué rabia e indignación para moverme lejos de él y gritarle que era un falta de respeto. No las conseguí. Iba a voltearme para reclamar, pero la verdad era que me había gustado. Dejó de moverse. Él supo leer lo que mi cuerpo hizo y me dio otra, esta vez más duro.

Se apoyó sobre mí para poner su boca cerca de mi oído.

—¿Alguien te había dado una nalgada alguna vez?
—No.
—Yo sé la respuesta, no me vayas a mentir: ¿te gustó?
—Creo que sí—respondí agradeciendo que no me pudiera la cara de vergüenza.
—¡Qué bueno! A mí me encantó dártelas.

Yo no entendí nada. Daniel no me dio tiempo de pensar. Empezó a moverse cada vez más y más duro. Su respiración lo acompañaba. Mi cuerpo se movía con él, sin que nadie lo mandara.  

“¡Aaaah!” llegamos y gritamos al mismo tiempo. Yo me derrumbé del cansancio y él se vino encima de mí. Sudaba y respiraba rápidamente. Yo temblaba y él me besaba la nuca. Cuando no pudo seguir soportando parte de su peso en el brazo que tenía en la cama, se dejó caer a mi derecha. Sin preguntar, me pegó contra él y me abrazó de lado. “Ay mi Chechi, vamos a gozar una bola tú y yo”.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Capítulo 5


“¿Me puedes sacar el celular y las llaves de la cartera, por favor?” le dije a la cajera de la peluquería. Ella, acostumbrada, buscó las dos cosas en el desastre que me acompañaba para todas partes y me las entregó.

Tenía que quejarme con alguien y Laura era la indicada. Le escribí por Whatsapp porque la última vez que le robaron el Blackberry decidió cambiarse a Android.   

­­­­—350 bolooooos! 350 bolos acabo de gastar en la peluquería. Manos, pies, brasilero! Así no se puede…
—En qué peluquería? Pa no ir más nunca, digo
­—Una que está cerca de la oficina, era la única que estaba abierta y aquí ando, pagando las consecuencias.
—Entonces tirar cuesta 350 bolos…
—Jaaaaaaaajajajajajajaja! Deja que estoy asustada
—A q hora apareció?
—Pelo antes de las 5
—No está mal! Me encanta como pasamos de “no, Lau, menos mal que no ha aparecido, lo acabo de conocer mejor esperar” a depilación total y absolutaaa! El chat hipócrita del día! Jajajaja Como cambian las cosas en 1 hora y media.
—Gracias por ser tan pana y solidaria, vale .I. vas a la casa ahora?
—Síp. Nos vemos ahorita, relajada que vas bien
—OK

Eran las siete y media de la noche. Daniel me iba a buscar a las 8, yo estaba en Los Palos Grandes y vivía en Caurimare. Ni que hiciera magia iba a estar lista a la hora que habíamos acordado. Decidí escribirle a Daniel para que me diera chance de arreglarme bien. Había estado insoportable todo el día. Descargué el celular dos veces por estarlo revisando tanto y para rematar, en varias oportunidades había estado a milésimas de segundo de escribirle.

“No puedes escribirle tú después de anoche. Tienes que esperar que te escriba, Chechiiiii,” me dije todas las veces. Estaba muy orgullosa de mí por no haber caído en la tentación. Por no haber caído en la doble tentación: lo que casi pasó la noche anterior y las ganas locas de escribirle un mensajito rogándole que apareciera para vernos de nuevo. En vez de escribirle hice lo que ninguna admite que hace: revisar el historial de mensajes. Desde el primer “hola” hasta el último “ya llegué a mi casa, la pasé muy bien, hasta mañana”. Era una mujer más. Una mujer que usaba la excusa de la inseguridad para poder tener un último intercambio antes de dormir.

Me puse nerviosa sólo al pensar qué iba a ponerle. No podía decirle “hola, invertí una hora y media y 350 bolívares en ti o sea que necesito que me busques más tarde”. No era elegante ni digno de la mujer segura que yo quería ser y que necesitaba desesperadamente que él viera en mí. Como pude, escribí:



—Hola! Crees que hoy puedas buscarme un pelo más tarde? Salí tarde del trabajo y hay burda de cola!

Respondió casi inmediatamente.

—Claro, dime a que hora?
—9?
—Ok, no hay rollo. Te aviso cuando esté saliendo.

Al llegar a mi casa Laura me esperaba en el sofá de la entrada, posando como una mamá que espera a la hija que llegó media hora más tarde de lo que prometió. “Jajaja, pendeja” le dije. “Pendeja tú, que tienes todo el día fuera de control por un tipo,” me corrigió. No quedaba sino reírse. “Báñate chola y después decidimos qué te vas a poner. La noche de hoy es importante y hay que esperar lo mejor y prepararse para lo peor,” completó. No necesitaba escuchar las instrucciones dos veces.

Cuando salí de la regadera, estaba sentada en mi cama. Me hizo bien hablar con ella y contarle todo lo que había pasado en los últimos dos días. Me ayudaron a revivir cada momento, cada beso y cada intercambio. Solamente interrumpía para ponerme otra camisa o para aclarar alguna cosa como “ajá, pero no me termina de convencer que todavía no te haya agregado a Facebook”. También, contarle todo me ayudó a calmarme. Daniel Maguan tenía un poder increíble sobre mí. Un poder que me encantaba y me aterraba al mismo tiempo. Nos decidimos por el mismo bluejean de la noche anterior y una camisa blanca sencilla que me levantaba las lolas. Sonó mi celular.

¡Fuuuuuuck!”, gritamos las dos. Tenía un zapato diferente en cada pie, porque probábamos con cuál se veía mejor el outfit. Me acerqué al celular como pude.

—Que stress, mija termina de leer!
—Si me dejas darle a enter quizás lo logremos, ¡coño! Ajá… apúrate, que te quiero ver Cecilia.
—Esooooooo, te quiere ver.
—Taima. Nunca me había dicho Cecilia. Eso no puede ser bueno.
—OK, marica, taima. Estás pasada. Ése es tu nombre. No sobreanalices esto, por favor. No tiene sentido lo que te está pasando ¡estás pálida!
—No, es que de verdad nunca me había dicho Cecilia.
—Taima. Resps casi lita. quiere puede ir saliendo, ya estavor. No tiene sentido lo que te estilla que me levantaba las lolas.  hasta el óndele que si quiere puede ir saliendo, ya estás casi lista.
—OK—le escribí lo que Laura me dijo, palabra por palabra. 
—Chechi, por favor, usa la cabeza. Esto no significa nada.
—Tienes razón. Relaxy taxi, como dice Rafael. Es una estupidez.

Laura trató de distraerme durante esos Minutos de Esperar. Empezó a contarme que algo había pasado en su oficina y que alguien iba a reparar el algo pero todo había salido peor por tratar de reparar el algo que hubiera sido mejor dejar el algo como estaba. Ella sabía que no le estaba parando. La amé igualmente por intentar de entreterme con otras cosas.

Las dos brincamos cuando sonó el celular. Ella terminó de meter mi tarjeta de débito, efectivo, mi cédula y las llaves en una cartera de sobre que me había prestado mientras yo escribía que ya iba a bajar. “Oblígalo a usar condón, porfa,” me dijo mientras me abrazaba. Por los nervios, estuve privada de la risa hasta que llegué a planta baja.

Desde lejos vi a Daniel recostado de su carro, esperándome. Empecé a caminar más rápido, como si una mano invisible me estuviera empujando. Tenía una camisa de cuadros azules y estaba casi segura de que, como yo, usaba los mismos bluejeans de ayer.

Si se te olvida respirar no llegas. Dale.

Cuando llegué a él, me di cuenta de que no sabía cómo debía saludarlo. ¿Le daba un beso en el cachete más abrazo? ¿De abrazarlo, cuánto tiempo debía durar ahí? ¿El beso debía sonar? ¿Qué tan cerca de la boca? ¿Me pegaba a él o acercaba sólo la cara, doblándome? No me atrevía a plantarle el beso en la boca que quería, no era ni siquiera una posibilidad.

No tuve que pensar más. Cuando llegué a él, me agarró por la cara con las dos manos y me besó, con lengua y sin vergüenza, por varios segundos. Jugó con mi pelo y bajó la otra mano hasta el final de mi espalda. Me ericé. Me excitó. “Si no fuera porque tu vigilante está pillando todo, te metería la mano dentro del bluejean, pero como que el pana estaba aburrido antes de que yo llegara,” me dijo al oído. Se separó de mí y me abrió la puerta.

—Móntante en el carro, Chechi.
—OK.
Me monto donde tú quieras, donde tú me digas.

Se montó en el carro y arrancó sin preguntar. “Yo te iba a llevar a cenar a un lugar chévere, pero ahora quiero que vayamos directo a mi casa. Allá podemos cocinar algo, si tienes hambre,” me hizo entender que cocinar era opcional pero ir a su casa era obligatorio. Si hubiera querido decirle que no, no hubiera podido. De todas maneras, tenía que ser discreta y por lo menos meter el paro. “Ya va. Taima. ¿Tus papás no se incomodan cuando llevas mujeres que acabas de conocer a su casa?” le pregunté con mi mejor voz de tarada que, para ser sincera, no tuve que fingir mucho. Tarada y bruta me ponía, eso era evidente. “Yo vivo solo, Chechi, desde hace tres años” me respondió.

¡Bingo! “Ah, no dije nada entonces,” le dije. Me puso la mano en la pierna y empezó a acariciármela. “No sé cómo es tu relación con tu roommate, pero deberías decirle que esta noche no vas a dormir a tu casa, para que no se preocupe”. Me tardé más de lo que debí en responder, pero como pude le dije: “jajajaja, tú si eres pasado, de verdad. Estás asumiendo que yo me voy a quedar a dormir en tu casa así de fácil. Estás bien equivocado, Daniel, comemos y después vemos”. Me reí de mentira. “Qué chévere poder leer por tu tono que te mueres por acostarte conmigo, Cecilia,” me dijo acercando su boca a mi cuello. “Es mutuo. Tengo todo el día pensando en todas las cosas que te voy a hacer esta noche. Ha sido un día divertido en ese sentido. Yo soy un hombre muy, muy creativo y tú tienes cara de que aprendes rápido”. 

martes, 23 de octubre de 2012

Piropos para Henrique Capriles Radonski


Quien fuera rosario... para guindarse de ese cuello.

Quiero fuera caminata...  para ponerte a sudar.

Quien fuera timbre... para que me toques varias veces.

Quien fuera delincuente... para estar en tu cárcel.

Quien fuera Venezuela... para que me recorras.

Quien fuera Miranda... para que vayas a gobernarme.

Quien fuera gorra... para que me uses todo el tiempo.

Quien fuera bandera... para que te forres conmigo.

Quien fuera medio de comunicación privado... para que me hables todo el tiempo.

Quien fuera  poste... para que te amarres a mí.

Quien fuera Sabas Nieves... para que me subas.

lunes, 22 de octubre de 2012

Capítulo 4


—¡Hola!
—Hola Daniel. ¿Cómo estás?

Me acerqué a darle un beso en el cachete. No reconocí el perfume pero olía demasiado bien. Tenía el pelo mojado todavía, como yo. No pude evitar pensar cómo sería bañarme con él. Me obligué a volver al carro y dejar de imaginarme estupideces.

—Chévere. Estás muy linda Chechi.
—Gracias.

¡Coñooooooooooooooooo!

—¿Qué quieres hacer? ¿Ya comiste?
—No, no he comido. ¿Será que comemos?
—Comamos. ¿Qué te provoca?
—Hm… ¿pizza?
—Pizza, perfecto. ¿Has probado Pizza Caracas?
—Claro, el día después de que lo abrieran jajajaja. Es bueno.
—Perfecto.

Empezó a manejar y yo me concentré en la música.  Empezó a preguntarme por mi día. Como no había mucho que contar empezó a preguntarme cosas normales: de dónde me había graduado, qué estudié, qué edad tenía, con quién vivía. Los clásicos. Yo respondía y volvía a preguntar: “¿y tú?” No me había relajado lo suficiente como para extenderme. Cuando llegamos a La Castellana ya sabía que se había graduado de Administración en la UNIMET,  aunque empezó en Economía; que había hecho su postgrado en Finanzas en el IESA y que trabajaba con bancos pero no en bancos. No entendí bien, pero fingí que sí.

Me sorprendió que se bajara a abrirme la puerta del carro. Sentí un corrientazo cuando me ofreció la mano para ayudarme a bajar. Me vio a los ojos y lo supo, pero igual traté de disimular viendo al infinito. Era inaudito lo mal acostumbrada que estaba. Un poquito de romance disfrazado de caballerosidad y ya se me bajaban las pantaletas y se me desabrochaba el sostén.

Había gente en el restaurant, pero conseguimos una mesa cómoda. Lo primero que hizo fue pedir una botella de vino, gracias a Dios. Revisamos el menú y decidimos compartir un carpaccio y una pizza de jamón serrano. Me preguntaba cosas todo el tiempo y yo respondía como podía. Su postura era increíble y se desenvolvía con seguridad. No esperaba que el mesonero para servirme más vino y nunca derramó una sola gota en el mantel. Todas las mujeres del restaurant se reían durísimo esperando que él las viera. Nunca lo hizo.

­—Wao, ¡qué chiste tan malo!
—Jajajaja te dije que era pésimo contando chistes. Lo peor es que es el único que me sé.
—Jajajaja, en tu defensa, sí, me lo advertiste.
—Cuando se acabe la botella te lo vuelvo a contar a ver si te da risa.
—Jajajaja. Ése sí fue bueno.
—Chechi, es temprano. ¿Quieres ir a tomarte otra cosa después de aquí?
—Sí. Pero tiene que ser vino para no mezclar.
—Muy inteligente para tener solamente 24.
—Muy sabihondo para tener solamente 30.
—Jajajajaja. Ya agarraste confianza.

Era verdad. Ya estaba un poco más tranquila. Empecé a preguntarle de él y con toda la naturalidad del mundo empezamos a contarnos cosas de nuestros amigos. Descubrí que, como yo, amaba Margarita aunque iba poco. Le gustaba leer y le gustaba bailar. Yo leía bastante. Yo no bailaba muy bien, pero bailaba. Lo hice reír un par de veces y su risa hizo que las maripositas en mi estómago se alborotaran.

—¿Me puedes servir más, por favor?

Mata las maripositas con vino, las maripositas no saben nadar.

Cuando terminamos de comer, me paré al baño revisar que no me hubiera quedado nada entre los dientes. Me metí un chicle en la boca y sonó mi celular. No era Laura ni  era mi mamá.

—Una vez más, aproveché que te fueras para bucearte ;)

Conté hasta 50 para salir. Cuando llegué a la mesa, el mesonero estaba ahí con la cuenta. No le dije nada del mensaje. “¿Suka?” me preguntó Daniel. “Sólo si en Suka hay vino” le dije. “Ay, chama. ¡Vámonos!” me contestó. “Gracias por la cena, la he pasado muy bien, Daniel” lo vi a los ojos tratando de expresar lo bien que me sentía con el. Y ﷽﷽﷽﷽ien que me sentía con presar lo bien que me senttre ellas, me ve Yo les cosas de nuestros amigos. DescubrLos minutos dél. “Todavía falta, menos mal,” me dijo. 

Llegamos a Suka a las diez y media de la noche. Daniel saludó al portero con un abrazo y me cedió el paso. Algo tenía este hombre que todo el mundo se volteaba a verlo cuando caminaba. Los grupos de puras mujeres suspiraban y se pellizcaban entre ellas, me veían, me evaluaban y las más osadas me retaban con la mirada. No importaba. Esa noche él estaba conmigo y yo estaba con él, pasara lo que pasara después. “Vino entonces, ¿no?” me preguntó acercándose a mi oído. Di gracias silenciosas al cielo por el ruido y respondí que sí. Caminamos hacia la barra y pidió una botella de… no escuché el nombre del vino.

La conversación siguió donde la dejamos. Mi fuerza de voluntad, y me gustaría creer que la suya, fueron puestas a prueba durante las primeras horas en el local. Con el volumen de la música, no nos quedaba otro remedio que acercarnos. Él se agachaba un poco para escucharme y me quitaba el pelo de la oreja y de la cara. Benditas sean las excusas. De repente, deslizó la punta de los dedos por mi antebrazo, como si quisiera volverme loca a propósito. Quizás ya en ese momento sabía todo lo que necesitaba besarlo. Llegó hasta mi hombro y agarró mi cartera. Se tardó un segundo más de lo normal en quitar su mano y le dio la cartera al barman.

Aquí fue.

Me tomé lo que quedaba de mi copa fondo blanco y le dije que iba al baño. Agradecí que hubiera cola porque necesitaba calmarme y pensar. Tenía mi celular en el bolsillo del bluejean, pero no vibró. Me iba a mojar la cara con agua fría pero opté por lavarme las manos para no echarme a perder el maquillaje. Me sentía desarmada sin cartera. Cuando volviera a la barra, no habría barrera física, estaría a su merced.

Caminé hasta donde estábamos. No lo vi. Apoyé las manos de la barra, no quería ser la estúpida a quien la dejaron sola porque una mujer más atractiva se acercó a hablar con su acompañante. Mi miedo fue interrumpido por una mano que me agarraba desde la espalda hasta la cintura, un pecho que se pegaba a mi espalda y un olor familiar que me obligó a cerrar los ojos. “Te tardaste mucho y me estaba poniendo nervioso Chechi,” me dijo. Estaba paralizada. Quería salirme de ese abrazo y a la vez que durara para siempre. Lo malo del vino, es que te desinhibe. Lo bueno del vino, es que te desinhibe. Decidí quedarme, hasta que él se separara.

¿Este hombre me acaba de dar un beso en el cuello?

Antes de terminar mi tren de pensamiento, me dio otro beso en el cuello y me rodeó la cintura con su brazo derecho.

Aquí fue, ahora sí.

Me volteó sin yo saber cómo y me plantó un beso delicioso en la boca. El mejor beso que había recibido en mi vida. Tocó mi lengua con la suya, la empujó, jugó un rato y sentí que sonreía. Se me olvidó mi nombre, mi cédula y mi talla de sostén. Fue discreto pero firme, corto pero apasionado. Se separó unos centímetros.

No. ¡Más! En cualquier momento te despiertas y tienes que usar el cupo para comprar un vibrador, Chechi.

—Nos vamos, Chechi.
—OK.
—Espérame aquí, voy a la caja a buscar tu cartera.

¡Mi cartera! No tengo mi cartera. Yo me iba a ir sin mi cartera, yo sí seré pendeja de verdad.

Volvió con mi cartera. Hizo un chiste sobre el peso y la escoliosis pero yo estaba hipnotizada por el beso todavía. Me agarró la mano y me guió hasta el pasillo que tendríamos que recorrer para llegar al estacionamiento. Le solté la mano cuando nos apartamos del gentío. No sabía cómo era el protocolo. Me vio con seguridad y me agarró por la cintura. Llegamos en silencio hasta el ascensor. Se paró atrás de mí, abrazándome y empezó a soplarme el cuello.

“Hueles demasiado bien. Tengo tu olor en la cabeza desde ayer. Vamos a ir directo al carro y después pagamos, ¿ok?” me susurró. “Ok,” le contesté. Después de casi dos botellas de vino y un beso así, no me quedaba si no obedecer. No había lógica ni había opción. Había ganas.

Mala idea. Mala idea, Chechi. No te dejes coger en un carro. La primera vez que pague un hotel, mínimo.

Se abrieron las puertas del ascensor. Como a mí se me había olvidado cómo caminar, él fue dando los pasos desde atrás de mí y mi cuerpo lo imitó por instinto. Me soltó para marcar el S3 y se puso de frente a mí. Se cerraron las puertas. Me hizo retroceder hasta que mi espalda estuvo contra la pared y su cuerpo apoyado de mí. Agarró con sus manos mis muñecas y las levantó sobre mi cabeza. Con una sola mano las mantuvo donde quería. Con la otra empezó a tocarme la cara y el cuello. Con su boca besaba el otro lado de mi cara. Pasaba por mi boca y no se detenía. Me respiraba cerca y yo me moría. Quería gritar emocionada, salir corriendo y desvestirlo todo al mismo tiempo.  Como no podía hacer nada de eso trataba de mover mi cara buscando su boca, protegiendo mi cuello de su mano. Me moría por un beso. Un beso como el de Suka. No lo logré. Se paró el ascensor y se abrió la puerta. No había nadie esperando.

Mientras caminábamos, nunca me soltó la mano, nunca dejó de jalarme hacia él. Cuando llegamos al carro me abrió la puerta como si nada hubiera pasado. Qué facilidad para excitar a una mujer. Era injusto. Dio la vuelta lentamente para montarse él. No me miraba, estaba concentrado en caminar hasta la puerta del piloto.

Se sentó, prendió el carro y prendió el aire. No sé cómo me cargó desde mi puesto hasta encima de él. Finalmente me dejó besarlo. Rápido, ahora lento. Con lengua, sin lengua. Mi lengua en su boca, su lengua en la mía. Su manos me buscaban, me tocaban la cintura y la cadera, me acariciaban el pelo, me recorrían los brazos y la espalda. Logró meter la mano en mi pantalón y tocarme las nalgas. Nos vimos a los ojos. Lo dejé porque estaba ocupada con los botones de la camisa. Le besé el cuello y las orejas. Las hormonas estaban alborotadas y empezábamos a jadear y sudar. Me mordió el labio y aprovechó cuando se me arqueó la espalda para tratar de meter más las manos…

—No puedo.
—¡¿Cómo que no puedes?!
—Me estás volviendo loca, pero hoy llego hasta aquí. La he pasado muy bien contigo pero no puedo más.

Además no me he depilado y la primera vez ni de vaina va a ser así, pero eso no te lo voy a decir.
—OK. ¿Segura?
—Sí.

¡No! Arráncame la camisa y me quedo calladita, coño.

—Entiendo. Entonces vámonos.
—OK…

Me devolví a mi asiento con torpeza pero sin clavarle los tacones en las piernas ni apoyarlos en la tapicería de cuero.

—Yo soy un hombre paciente, Chechi. Pero estás consciente de que va a pasar tarde o temprano, ¿no? Te tengo demasiadas ganas, me pareces bella e inteligente, no sabes cómo me gustas. Ya es viernes y este fin de semana sería perfecto para portarse mal con hombres buenos.
—A nadie aquí le consta que tú seas bueno jajajaja
—Por eso vas a salir conmigo mañana. Para terminar de enterarte, ¿no?
—Salgo a las seis.